miércoles, 27 de marzo de 2019
Sombras en el jardín y otros relatos escalofriantes
lunes, 7 de diciembre de 2015
Nadie me verá llorar: la vida de Matilde, una interna de la Castañeda, en las postrimerías del siglo XIX.
Nadie me verá llorar
Autor. Cristina Rivera Garza
Año: 2003Editorial: Tusquets Editores
Reseña por Flor Guadalupe Hoyos Olivares
Esta obra se encuentra en la misma temática que "Del
oficio" el libro autobiográfico de Antonia Mora (Editorial Samo, México,
1973). En este libro, Antonia Mora, cronista, hace un recuento de su
vida en diversas zonas de México hacia la mitad del siglo XX. Es su
narración una imagen viva del centro de la ciudad de México; de Guadalajara,
Poza Rica, donde la explotación sexual es la marca infamante de la vida diaria.
Rivera Garza en un impresionante ejercicio de reconstrucción histórica, coloca
a Matilda en las postrimerías del siglo XIX, describiendo un México que vivía
una de las mayores trasformaciones de su historia: la caída del Porfiriato y el
desarrollo de la Revolución Mexicana.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
"Del oficio" un libro testimonio de Antonia Mora, Editorial Samo, México, 1973.
"Del oficio" un libro testimonio de Antonia Mora, Editorial Samo 1973
Autor: Antonia Mora
Editorial Samo, S.A. Segunda Edición,México, 1973.
Reseña por Valentín Perea Acevedo
En este testimonio Antonio Mora nos conduce por la historia de su vida, donde la pobreza y la ignorancia son sus compañeras ineludibles. Tanto en la niñez, como en su juventud y vida adulta, la prostitución será el oficio que conocerá como único modo de ganarse el sustento diario. “Tu mamá es una puta” gritan los niños a la pequeña Antonia, y la niña desconcertada, no sabe nada del oficio, que la madre le mantiene oculto sólo de nombre, pues por las noches una fila interminable de hombres visita la casa pobrísima. Abusada a temprana edad, abandona a su madre para dedicarse finalmente a la prostitución en cantinas, bares, y casas de citas.
Antonia Mora, cronista, hace un recuento de su vida en diversas zonas de México hacia la mitad del siglo XX. Es su narración una imagen viva del centro de la ciudad de México; de Guadalajara, Poza Rica, donde la explotación sexual es la marca infamante de la vida diaria.
Cuando Antonia conoce a Yemen, un delincuente de origen cubano, cree haber encontrado por fin el amor. Sin embargo, su pasión por este hombre la llevara por los caminos del robo y la existencia a salta de mata, lo que la llevará a sufrir la represión policiaca, un aborto inducido y la cárcel.
Algunas de las escenas de la obra son de un dramatismo fatal, como cuando Antonia, cansada de la vida que lleva, reacciona en contra de la Virgen Morena, cuando su novio descubre su verdadera profesión:
“El demonio que se me metió. No fue contra el novio sino contra la Imagen. Aquella noche bebí mucho. Cuando llegué al cuarto rompí su veladora, descolgué el cuadro y lo azoté; después bailé sobre él. Estaba tan enfurecida que dejé la puerta abierta. Mis vecinas se aglomeraron:
-¡Cállate blasfema! te va a castigar.
-No me importa.
Nunca más me dirigieron el saludo.”
Salvador Elizondo mencionó de esta obra “Es el testimonio de una labor cruenta por dominar el oficio de la vida, este libro está escrito con sangre. Debe, por tanto, ser leído con un ánimo correlativo al de su escritura. Su valor reside en tocar y hurgar en la sima del mundo real. Las palabras no serán, de él, sino la circunstancia que dé testimonio del agobiante peso y dolor que tienen los hechos que ellos configuran; palabras que tienen el inconfundible y amargo sabor de la verdad”.
El escritor y periodista José de la Colina señaló: “He aquí una larga, real y alucinante “temporada en el infierno”, es decir en el submundo de la sociedad, que la autora despelleja con una cólera lúcida, haciendo aflorar ante nuestros ojos, tan acostumbrados a no querer ver lo intolerable, una fauna monstruosa, instalada en todos los niveles sociales. Un libro sin precedentes en la literatura mexicana, por su crueldad y su ternura casi viscerales, por su sinceridad deslumbradora, por su ácido lirismo y su radical enfrentamiento instintivo a la suma de complicidades –económicas, sociales, políticas, morales- que llamamos sociedad. Una obra que, sin duda, puede resultar altamente perturbadora para las conciencias tranquilas”.
El escritor Vicente Leñero, cuenta la historia de esta obra. Señala que Margaret Shedd, directora del Centro Mexicano de Escritores, lo contactó para trabajar con Antonia, pues la historia de esta mujer, prometía ser un testimonio tan famoso como “Los hijos de Sánchez” de Óscar Lewis.
Leñero nos narra su encuentro con la autora del libro: “Se llamaba María Antonia Mora; Antonia a secas. Era una muchacha de busto alzado, ojos hermosos, brillantes, ya sin facha alguna de sexoservidora. Vivía en pareja con el abogado que la liberó de Santa Marta Acatitla: un trajeado de aire gruñón.
Empezamos a reunirnos los jueves por la tarde en las oficinas del centro de escritores; luego en su casa bajo la esporádica vigilancia del abogado gruñón. María Antonia nunca se presentaba sola sino en compañía de un joven cabeza de cepillo y facha de intelectual, muy listo, muy afable, que trabajaba en la sección de cine de la revista Tiempo. Se llamaba Sergio; Sergio Beltrán, si mal no recuerdo.
En lo que se convirtió en un taller de redacción y composición narrativa, María Antonia me traía cada jueves los textos que iba escribiendo o que yo le dejaba de tarea en obediencia al orden cronológico de su vida desde los cuatro años. Todas las anécdotas eran terribles, humillantes, reflejos del bajo mundo, y me parecía evidente que era su amigo Sergio el verdadero escritor fantasma de esos textos. A él me dirigía con mis sugerencias de tono y de sintaxis para conseguir un relato escueto, directo, con abundantes diálogos, sin lamentos ni reflexiones culpígenas o moralistas.
Ella se mostraba satisfecha con los avances del libro hasta que su abogado gruñón suspendió bruscamente la tarea. Desconfiaba de mí y de la señora Shedd. Se imaginaba que la estábamos explotando como tantas veces lo habían hecho otros. No sé. Para acabar pronto: no veía el dinero prometido por ninguna parte.
El caso es que mi trabajo terminó. A la mitad. Sin explicaciones suficientes.
Dejé de ver y de saber de María Antonia durante años. Ignoro si fue Sergio o algunos otros quienes la ayudaron en la escritura, o fue ella misma quien terminó el trabajo.
En fin, en junio de 1972, con un buen título, Del oficio, y firmado por Antonia Mora, apareció el libro en formato pequeño y con 163 páginas. Mal editado, modestísimo. Lo publicó aquella editorial Samo de Sara Moirón. Se tiraron 3,000 ejemplares con un prólogo de La China y elogiosos comentarios de Salvador Elizondo y José de la Colina.
María Antonia me lo envió con una dedicatoria de letra temblorosa que me pagó con creces mi tarea inconclusa: Casi puedo decir que tú fuiste el único que se ocupó de mí como un ser humano.”
Antonia Mora. "Del Oficio".Editorial Samo, S.A. Segunda Edición, México.1973.
viernes, 19 de octubre de 2012
El niño Platón
Cuentos para Valentina
El niño Platón
El niño Platón era muy inquieto y tenía las manos muy grandes; le encantaba recorrer las murallas de la ciudad y recoger guijarros en su manto. Aquella mañana llevaba puesto un manto color naranja que daba a los cabellos ensortijados del muchacho un tono rojizo. El niño Platón había ido con Períctiona, su madre, al gran mercado de la ciudad, allí había visto cosas inimaginables como las telas brillosas de Babilonia, esculturas doradas de Egipto, cerámica de Creta y huevos de codorniz en miel, que eran un platillo delicioso venido de más allá del mar. Pero lo que más llamó la atención al niño fue la voz de un merolico que aseguraba vender huevos de una especie alada de serpiente.
Fueron lágrimas y un gran berrinche lo que costó a Platón obtener ese huevo, ante las negativas de su madre que terminó cediendo frente la obstinación del hijo. Así, iba Platón con su huevo en el regazo, mismo que apenas cubría con sus dos manos; precioso tesoro, imaginaba, del que surgiría una mascota alada, que amarraría con una cuerda para sorpresa de niños no sólo de Atenas, sino incluso de Esparta y Tebas, es decir, del mundo entero.
Caminaba el niño entre sus sueños cuando tropezó con una piedra del camino, y el huevo rodando de sus manos, se estrelló precipitadamente en el suelo haciéndose añicos. Extrañamente para su madre, el niño no lloró, miró con tristeza su mascota perdida, y sin dilación corrió a tomar la mano de su aya, que le esperaba unos pasos adelante.
En la mesa, la madre comentó a Aristón, su esposo, la conducta extravagante del niño. El padre preguntó la causa de tal proceder; Platón contestó: “puede ser, padre, que yo creyese que era un huevo de serpiente alada, como esas que describe Herodoto en sus historias, lo que me haría el dueño de una mascota fabulosa y la envidia de todos los niños; pero también cabría la posibilidad de que fuese un simple huevo de codorniz pintado por un vendedor ventajoso, lo cual me hubiera convertido en el hazmerreir de todos a mi alrededor. Los dioses al hacerme caer me han privado de mi serpiente pero también me han evitado la vergüenza pública”. Aristón miró a su hijo y le dio una suave palmada en su espalda. Una gran palmada, si quieres llamarle así Valentina, pues Platón tenía la espalda muy ancha.
La atracción y/por los libros
Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida.
Cuando era estudiante universitario no encontraba mejor lugar que la bib
Así conocí autores que de otro modo jamás hubiera tenido en mis manos. Por cada uno de los libros recorridos adquiría una frase, alguna imagen, a veces una explicación del mundo. Difícil es el transitar entre libros cuando uno prueba sin degustar, en una comilona absurda, donde las palabras se revuelven en sin fin de policromías.
Sin embargo, a través de los años, sigo recogiendo los frutos de estas lecturas “absurdas”, pues a la mitad de una conversación o el diálogo de una película, a ratos emergen imágenes o palabras que nunca creí que habitaran en mi. Precisamente, hace unos días al ver un corto sobre la película de Viaje al Centro de la Tierra vino a mi mente la palabra Stromboli, nombre del volcán por donde Otto Lindenbrook y su sobrino Axel emergen de su viaje fantástico al centro del orbe. Esa palabra llevaba guardada casi dos decenas de años en el mas remoto olvido, y así, sin más me trajo con ella sabor a infancia y a cuentos.
De las lecturas me he alimentado y con el tiempo la mente se robusteció. En aquellos años, además, profesores y amigos llevaban a uno de la mano a Nietzsche, Sartre, Camus, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Cesar Vallejo, Lenin, Marx y demás autores de todas las nacionalidades y estilos. Los maestros tienen la maravilla de abrirnos caminos ya recorridos, de darnos orden en el caos. Para un lector omnívoro nada mejor que un buen guía que le aconseje y muestre sendas a través del inmenso bosque del conocer.
Con el tiempo ocurrió con cada vez más frecuencia un fenómeno. Primero en bibliotecas y después en librerías, incluso en puestos de periódicos. Sucedía que al pasar por un pasillo atestado de obras, una en particular llamaba mi atención, como si entre ese libro y yo hubiera un lazo secreto. Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida. Las primeras veces hacía caso omiso de ese impulso. Sin embargo, con el tiempo, la corazonada se convirtió en el único método de hallar un buen libro. Con esa corazonada leí a José Ingenieros y su Hombre mediocre; los Poemas de Locura de Hölderlin y el Apolo Pankrator de Germán Pardo García.
De este modo aprendí a “reconocer” libros incluso en librerías de viejo y puestos ambulantes. Tal como ocurrió aquella vez en un puesto de los Viveros de Coyoacán, un libro arrumbado entre revistas llamó mi atención: También las Vaqueras sienten melancolía de Tom Robbins.
Con los años he tratado de explicarme esta conexión tan íntima con un autor o una obra; lo cierto es que muchas veces esos libros especiales han sido mis más fieles interlocutores, se han convertido en libros “reveladores” e incluso proféticos.
Algunas noches he soñado con una gran biblioteca, donde un gran tomo rojo resalta de entre todos los demás; sé que es un libro escrito solo para mí, pero cuando intento alcanzarlo con una gran escalera se desvanece.
Sin embargo cuento con “mis” libros y ellos hablan para “mí” y eso no es un sueño.
Valentín Perea Acevedo
Lectores de México
valentinperea1@hotmail.com
De como los Lectores de México abren una puerta nueva hacia la reflexión de los libros y el mundo
Escribir para lectores es una labor más que complicada, y ello se debe, a que el verdadero lector, está inmerso en un universo donde se amplía continuamente la labor crítica y el conocimiento del mundo. Cuando se ha leído una buena cantidad de libros, nuestra conciencia se vuelve tan ácida que a rato
Lectores de México se ha convertido en un espacio donde se comentan, recomiendan y discuten libros, cualquier tipo de libros. Entre nuestros lectores se cuentan verdaderos amantes de la lectura, edición, impresión y divulgación cultural. Y también están aquellos que en la búsqueda de lectores nos envían sus obras, publicadas o no para ser difundidas.
Hoy Lectores de México comienza una nueva etapa al comenzar a reflexionar desde sus puertas sobre la problemática del mundo, con lo cual lo leído se lanza sobre la realidad para transformarla dentro del ámbito de lo cotidiano. Así Spinoza, o Hobbes o Savater convivirán entre líneas con los problemas de todos los días, la inseguridad, el deber de un ciudadano, la prostitución infantil en México o el fenómeno de la globalización económica.
Será nuestro director, Valentín Perea quien comenzará esta titánica labor. No dudamos que con su amplia experiencia podrá dar impulso a esta empresa. Sirvan estas líneas para abrir esta nueva puerta, e invitar a más Lectores de México a compartir sus reflexiones sobre el entorno de este México, que más que nunca, necesita la voz de todos aquellos que reflexionan desde la letra y el recogimiento de sus libros.
Esta labor de reflexión para nada disminuirá el impulso de los Lectores de México hacia la lectura, labor primordial por la que los Lectores de México trabajan día por día. Así pues que venga la reflexión y que comience el diálogo.
Lectores de México
lunes, 19 de septiembre de 2011
La mente del escritor: el periplo de lo complejo
La mente del escritor: el periplo de lo complejo
Por Valentín Perea Acevedo
Lectores de México
¿Cómo es la mente del escritor de cuentos fantásticos? ¿Cómo la del músico genial? ¿Cuáles son los elementos que producen lo innovador en las artes y ciencias? ¿El artista realiza su objeto para encontrarse, revelarse, descubrirse, recrearse, o para hallar un estado de catarsis? ¿Cuál es la génesis de la creatividad? Bruno Estañol (Frontera, Tabasco, 1945) en La mente del escritor nos invita a recorrer el periplo de la génesis de la creación científica, artística y literaria.
La creación de objetos nuevos tanto físicos como intelectuales es un fenómeno misterioso. Hay quienes nacen con una disposición biológica, que a veces llamamos talento para manejar notas musicales, colores o signos matemáticos. Además, todo creador necesita un ambiente adecuado en el que se valoren ciertas actividades humanas como el arte, ciencia, tecnología o religión. Finalmente, la historia personal influye en todo momento al proceso creativo.
Los niños dotados se definen como aquéllos que antes de los 12 años alcanzan un nivel comparable al de un adulto que ha dedicado al menos 10 años de su vida al estudio de un tema o dominio. Generalmente muestran su talento en áreas como la música, matemáticas, ajedrez, ballet, las lenguas, artes plásticas y ciertos deportes. Tales son los casos de Durero, Mozart, Yehudi Menuhim, Claudio Arrau, Gauss, Picasso y Turner. Si hablamos de poesía, la producción comienza en general en la adolescencia, como ocurrió con Rubén Darío, Rimbaud o el Conde de Lautréamont. Para la investigación científica, la narrativa y el pensamiento filosófico se logra una excelencia en los años de madurez, tal vez porque estas áreas requieren más invención, estructuras menos rígidas, mayor experiencia vital e imaginación. No obstante, señala Estañol, la mayoría de los grandes científicos y artistas no han sido niños prodigio. ¿Qué es entonces lo que se halla detrás del proceso creativo de los grandes hombres?
Uno de los rasgos puede ser la sinestesia, aquella condición que permite a un sujeto evocar sensaciones en otro órgano de los sentidos del que fue originalmente estimulado. Por ejemplo, al escuchar un sonido se percibe a la par un color o sabor. ¿Quiénes se han enfrentado con la sinestesia? Quizá pintores como Paul Klee, Piet Mondrian, Francis Picabia, Georgia O´Keefe y David Hockney; escritores a manera de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Francisco de Quevedo, Vladimir Nabokov, Patrick Süskind y algunos músicos: Mendelssohn, Joachim Raff, Sibelius, Rimski Korsakov y Franz Liszt.
“Otro ejemplo es Franz Liszt, quien siendo Kapellmeinster en Viena, en 1842 sorprendió a la orquesta diciendo: ´un poco más azul por favor, este tono lo requiere´ o ´un profundo violeta, no tan rosa´.”
Asimismo, Bruno Estañol nos presenta tres ensayos sobre la memoria, en los cuales versa sobre “Funes el Memorioso” de Borges; el encuentro entre Alexander Romanovich Luria y un reportero de prodigiosa memoria llamado Sherashevski y, finalmente, el caso H.M. un hombre de 27 años que tras una operación de resección bilateral de la parte media de los lóbulos temporales sólo fue capaz de recordar los hechos anteriores a la operación, y a partir de ese suceso, no pudo acumular ningún recuerdo.
“Tengo la hipótesis de que el noventa por ciento de los cuentos que se escriben son fallidos” espeta Bruno Estañol al enfrentarse al fenómeno creativo de un cuento. Aquí, el autor nos introduce al universo de quienes se enfrentaron a la creación de un cuento –esa alimaña cortazariana que habita en nuestra cabeza- pasando por las viejas consejas de Cortázar, Hemingway, Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe, Borges, Edmundo Valadés, Juan Rulfo, Mempo Giardanelli, Italo Calvino, Juan José Arreola, Hernán Lara Zavala, Bioy Casares, Juan Carlos Onetti, entre otros.
El texto literario es un enigma en su creación. Así, Sigmund Freud nos habló de la extrañeza en un texto literario como aquella que ocurre porque despierta fantasmas inconscientes reprimidos desde la infancia; el escritor tiene acceso al inconsciente y lo hace consciente. Por eso, los textos que nos hablan de un doble –El doctor Jekyll y míster Hyde de Robert Louis Stevenson, Los elíxires del Diablo de E.T.A. Hoffman, el Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, el Doble de Dostoievsky y la Esquina Feliz de Henry James- pertenecen al género del terror. Esto ocurre porque el doble es el enigma del escritor mismo, más joven, más malvado, una otredad que a través de las letras, nos refleja un rostro extraño y reconocidamente propio.
Estañol, en su viaje por el proceso creativo de la palabra escrita, nos transporta a uno de los grandes enigmas de la creación literaria, de la imagen a la palabra. De este modo, continúa su recorrido al analizar los dos poemas que escribiera Jorge Luis Borges sobre el grabado de Alberto Durero: Ritter, Tod und Teufel. También nos hace testigos de cómo Juan José Arreola en Duermevela recrea el cuadro de Marc Chagall titulado Au dessus de la ville.
Las páginas dedicadas a Jorge Luis Borges, a quien el autor llama maestro del cuento realista, son una invitación al análisis de diversos cuentos tales como Historia Universal de la Infamia, Hombre de la esquina Rosada, El Sur, Funes el Memorioso, Emma Zunz y La intrusa; a través esa crítica, reafirma el realismo de Borges.
Si regresamos, entonces, tal como nos encamina Estañol a la historia personal que influye en el proceso creativo, encontramos que ¨los lectores de biografías intuyen que si conocen los avatares de las vidas de los hombres célebres quizá puedan descubrir el secreto de la creatividad”. Es por ello, que el autor nos traslada por los vericuetos vitales de escritores como Anton Chéjov, Josehp Conrad, Edgar Allan Poe y Hernán Lara Zavala; sin olvidar las enfermedades y vicios de William Styron y Jhon Keats.
No obstante, la creatividad se expresa en cualquier rama del conocimiento humano. La medicina ha sido una de ellas; Andreas Vesalius (1514-1564), y su trabajo de anatomía del cuerpo humano; René Theóphile Hyacinthe Laennec (1761-1826) con el tratado de auscultación, en que los sonidos de pulmones, corazón, entre otros órganos son reconocidos y sistematizados; Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) y su investigación sobre el sistema nervioso que lo hizo acreedor al premio Nobel de Medicina en 1906. Todos ellos son ejemplo de que la creatividad científica como ¨el resultado fortuito de una historia genética, una historia personal y familiar, y una historia cultural y de una nación. Los ingredientes exactos y sus combinaciones fortuitas siempre los desconoceremos”.
De esta manera, Bruno Estañol nos arrastra hacia una explicación muy compleja: el dilema de la naturaleza humana. Somos hijos de nuestro contexto tal y como lo somos de nuestra madre. Si nuestro barco encallara en un continente desconocido – como Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, según Bernal Díaz del Castillo- ¿En qué medida cambiaría nuestra vida? ¿O nuestra manera de escribir?
Jhon Locke propuso que todo lo que aprendemos proviene de nuestra experiencia, en contraposición a aquellos que defendían la existencia de ideas innatas. ¿Vemos o aprendemos a ver? ¿Requerimos interacción temprana con otros hombres para aprender a hablar? La cultura es un producto del cerebro humano, y al mismo tiempo, la cultura y el lenguaje dan origen al lenguaje y la cultura en el cerebro de cada individuo particular. La biología genera la cultura y viceversa. Por ello “Descubrir los mecanismos que han hecho posible la transmisión de la cultura es una ingente necesidad porque significa entender aquello que nos ha humanizado”, señala Estañol.
El homo sapiens tiene tres memorias. La memoria biológica está inscrita en nuestros genes; la memoria individual está restringida a nuestro cerebro y finalmente una memoria cultural. El hombre descubrió el fuego, la agricultura, se volvió sedentario. Con el tiempo aprendió a escribir y con ello surgieron la filosofía, la literatura y la ciencia. Así aparece la cultura como una memoria “extrabiológica” que se ha almacenado en el lenguaje, escritura, edificios, esculturas, etc. La cultura en realidad es un cúmulo de información de acuerdo al autor.
La mente del escritor es una obra, que a la par de la Odisea de Homero, nos conduce a diferentes parajes donde la creatividad humana parece hallar su campo fértil y puerto de experimentación. La mente del creador es esa vorágine compleja que intentamos asir con hipótesis científicas, y que sin embargo, escapa de nuestras manos como huyen de nosotros los sueños de la noche. Estañol sabe que la sinestesia final es aquella en la que el hombre, al oler, huele con sus cinco sentidos y al recordar lo hace desde la memoria de hace miles de años. El hombre creativo y su creación son un misterio, un complejo misterio que vale la pena navegar.
Bruno Estañol. “La mente del escritor. Ensayos sobre la creatividad científica y artística” Ediciones Cal y Arena. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. México. 2011. 283pp