viernes, 19 de octubre de 2012

La atracción y/por los libros

La atracción y/por los libros





Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida.

Cuando era estudiante universitario no encontraba mejor lugar que la bib

lioteca. Recorría sus pasillos con la avidez de aquel que desea leer por el simple acto irreflexivo de leer, si es que esto se me concede. Física, química, literatura universal, mitos, medicina, historia antigua, recorría los volúmenes como el avaro que toquetea unas monedas que aún no son suyas. En cada recorrido llevaba hasta mi mesa la máxima cantidad permitida de tres libros, para hojear y tratar de asimilar lo que esas páginas me ofrecían, en la plenitud de la bombilla eléctrica y el silencio obligado de mis contertulios.
Así conocí autores que de otro modo jamás hubiera tenido en mis manos. Por cada uno de los libros recorridos adquiría una frase, alguna imagen, a veces una explicación del mundo. Difícil es el transitar entre libros cuando uno prueba sin degustar, en una comilona absurda, donde las palabras se revuelven en sin fin de policromías.
Sin embargo, a través de los años, sigo recogiendo los frutos de estas lecturas “absurdas”, pues a la mitad de una conversación o el diálogo de una película, a ratos emergen imágenes o palabras que nunca creí que habitaran en mi. Precisamente, hace unos días al ver un corto sobre la película de Viaje al Centro de la Tierra vino a mi mente la palabra Stromboli, nombre del volcán por donde Otto Lindenbrook y su sobrino Axel emergen de su viaje fantástico al centro del orbe. Esa palabra llevaba guardada casi dos decenas de años en el mas remoto olvido, y así, sin más me trajo con ella sabor a infancia y a cuentos.
De las lecturas me he alimentado y con el tiempo la mente se robusteció. En aquellos años, además, profesores y amigos llevaban a uno de la mano a Nietzsche, Sartre, Camus, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Cesar Vallejo, Lenin, Marx y demás autores de todas las nacionalidades y estilos. Los maestros tienen la maravilla de abrirnos caminos ya recorridos, de darnos orden en el caos. Para un lector omnívoro nada mejor que un buen guía que le aconseje y muestre sendas a través del inmenso bosque del conocer.
Con el tiempo ocurrió con cada vez más frecuencia un fenómeno. Primero en bibliotecas y después en librerías, incluso en puestos de periódicos. Sucedía que al pasar por un pasillo atestado de obras, una en particular llamaba mi atención, como si entre ese libro y yo hubiera un lazo secreto. Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida. Las primeras veces hacía caso omiso de ese impulso. Sin embargo, con el tiempo, la corazonada se convirtió en el único método de hallar un buen libro. Con esa corazonada leí a José Ingenieros y su Hombre mediocre; los Poemas de Locura de Hölderlin y el Apolo Pankrator de Germán Pardo García.
De este modo aprendí a “reconocer” libros incluso en librerías de viejo y puestos ambulantes. Tal como ocurrió aquella vez en un puesto de los Viveros de Coyoacán, un libro arrumbado entre revistas llamó mi atención: También las Vaqueras sienten melancolía de Tom Robbins.
Con los años he tratado de explicarme esta conexión tan íntima con un autor o una obra; lo cierto es que muchas veces esos libros especiales han sido mis más fieles interlocutores, se han convertido en libros “reveladores” e incluso proféticos.
Algunas noches he soñado con una gran biblioteca, donde un gran tomo rojo resalta de entre todos los demás; sé que es un libro escrito solo para mí, pero cuando intento alcanzarlo con una gran escalera se desvanece.
Sin embargo cuento con “mis” libros y ellos hablan para “mí” y eso no es un sueño.

Valentín Perea Acevedo
Lectores de México
valentinperea1@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario