lunes, 7 de marzo de 2011

Siglo de un día




Por Valentín Perea Acevedo

La Toma de Zacatecas por Francisco Villa el 23 de junio de 1914, es el pretexto que toma Eduardo Lizalde para tejer una extensa obra narrativa, que describe discusiones paganas y filosóficas entrelazadas en las vivencias diarias de los miembros y amigos de una familia zacatecana, que arrastrada por los acontecimientos, ve cambiado radicalmente su sistema de vida.

No escribe Lizalde una obra donde exista un centralismo en los héroes revolucionarios, donde Zapata, Villa, Madero o Carranza sean los protagonistas del hilo narrativo. Son los personajes de calle, la mesa familiar o la barra de cantina, quienes en sus chismes, comentarios cínicos, chistes y rumores van tejiendo, todos en coro, una explicación del fenómeno social en el cual se encuentran inmersos.

La Toma de Zacatecas, no es detallada en las batallas y muertos, ni en sus generales y tropas enardecidas. Son los perros y aves escalofriantes, los que presagian el encuentro, los testigos esperanzados de un baño de sangre:

Pos eran como…zopilotes feos, más feos que los de costumbre, que ya es decir. Cenizos, no. Más bien eran unas gallinotas negras o unas como huilotas gigantes y desgreñadas, con picos colorados y filudos, que nomás se la pasaban mirando la ciudad, desde antes de la batalla, igual que aquellos canes rencorosos y mugrosos que los acompañaban. Te digo. Miraban con unos ojos amarillos, como platos, desde los breñales, desde los terrones de la punta del Fraile, desde las nopaleras.

Lizalde con maestría, recupera el ambiente tenso, desafiante, temeroso, que los pobladores de cualquier pueblo de la tierra, viven antes de un hecho destructor.

La familia de la casa de los Gallos, se dirige a la capital de la ciudad, y ahí, el autor nos lleva de la mano a la vida de la gran Ciudad de México, lugar infecto y desgarrado; presa ideal de todos los ejércitos, hoy victoriosos y mañana derrotados.

Así, a la par de la narración de la Decena Trágica, nos enteramos de los amores no correspondidos de Claudio, que persigue por todo el país a la bella Georgina, víctima, a su vez, del karma revolucionario, que le llevará a la postración y la muerte. Asimismo, dentro del mismo matiz histórico, nos atrapa la búsqueda de un tesoro, que llevará a buscar el dinero escondido, que salvará de la pobreza, a la familia arruinada por la revolución.

De este modo, entre tequila, brandy y mezcal nos acercamos a las tertulias innumerables, donde el espíritu de la vida diaria, se mezcla con disquisiciones filosóficas, musicales y operísticas, donde impera el cambio, la mezcla de las diversas clases sociales; la ebria disputa de la soldadesca y las manías de la abuela, que con sus guisos y trastos nos llevan a la casa de los Gallos, donde las sirvientas hacían la merienda, Tritón ladraba junto a la cocina y donde los tíos, todos, creían saber el verdadero carácter de Porfirio Díaz, Limantour, Fierro, Ángeles o Natera.

Lizalde incursiona, durante el desarrollo de su novela en diversos géneros literarios, alternando prosa, verso, e incluso letras de cancioneros, todos expresión del alma popular, como ocurre en el siguiente acróstico:

Los héroes vuelven al rancho,

aquí termino el bailongo.

Se bailó al invicto Pancho,

por hablador y por bronco,

un general Obregón,

todo un caudillo en Celaya,

al frente de su legión,

sostenedor de su espada.

Van por los héroes versos,

así dice esta canción,

no le hace que sean adversos

A Villa o bien al Barbón.

Incluso uno de los personajes, el profesor Quiroz, nos comparte su “propia” novela titulada El pariente Herculano, cuya trama se desenvuelve a través de diversos capítulos, provocando en el lector una sensación de enigma, que inevitablemente lo incita a continuar leyendo. Lo anterior dota a la obra en su conjunto de una gran versatilidad estilística y temática, que permite una lectura ágil y amena, aunque a ratos, esto representa dificultades al lector, debido a la gran abundancia de nombres de individuos, lugares y hechos, que llevando a la confusión, realzan en la novela, un ambiente de fluidez conversacional, traducida de pasados ajenos e incoherentes.

La narración que comienza con la toma de Zacatecas, nos conduce a través de los mejores tiempos de Francisco Villa y Zapata, hasta el descenso de ambos, con la llegada de Venustiano Carranza y el constitucionalismo. Los protagonistas han pasado por innumerables aventuras en la “bola”, los negocios y sucesos familiares. Al final de la obra, Claudio pregunta al profesor Quiroz:

- ¿ Y los famosos cuentos sobre la batalla de Zacatecas, que relataba usted a Cristóbal?

- Pos eso hubiera querido yo que fuera toda la novela: una novela sobre las historias, las novelas y los cuentos (chinos y zacatecos), que todos los paisanos cuentan y novelan sobre la toma de Zacatecas. Pero no pude, porque el tema es largo, y esa batalla no termina nunca, como decía aquel filósofo amigo del tío Aurelio. De todos modos, ya le puse título a esa cosa…

- ¿Qué titulo?

- Lo voy a titular Siglo de un día, y te voy a dejar todas las páginas junto con las de nuestro amigo el coronel Sánchez, que son mejores que las mías, por si en una cruda de éstas me da el patatús.

Con estas palabras, Eduardo Lizalde resume el trabajo realizado en toda esta obra, excelente muestra de microhistoria mexicana de un centenario de la revolución que no termina nunca.

Eduardo Lizalde. Siglo de un día, Editorial Jus, México, 2010. 492pp.