lunes, 8 de noviembre de 2010

Dos obras en las que los vencidos son protagónicos



Entrevista con José Luis Trueba Lara


Por Cinthia Archundia

Los libros surgen sin querer" comenta José Luis Trueba Lara al tiempo que explica que La vida y la muerte en tiempos de la revolución comenzó a gestarse hace 25 años, pues "para conmemorar los 75 años de la Revolución el INAH convocó a un concurso donde llamaban a todos los sobrevivientes de la revolución a que mandaran sus memorias, publicaron tres tomos dedicados a esto; yo los leí y me encantaron, era ver la Revolución contada desde una perspectiva absolutamente distinta".

Trueba Lara agrega: "a partir de ese día empecé a leer memorias, diarios, epistolarios, artículos periodísticos y resultaba que la realidad era muy distinta; de entrada estos documentos no hablaban tanto de la revolución con R mayúscula, si no de guerra, la revolución fue una guerra. Y contar la historia de una guerra es como nació este libro".

Y es que a cien años del conflicto revolucionario, la publicación de La vida y la muerte en tiempos de la revolución aporta una perspectiva distinta. Al autor no le fue difícil preguntarse por qué la mayoría de las batallas más sangrientas no ocurrieron contra el ejército de Díaz ni contra las fuerzas de Huerta, sino entre los mismos revolucionarios. En la introducción del texto, Trueba Lara escribe:

"Durante muchos años mis profesores me engañaron impunemente me contaron que la Revolución Mexicana (con mayúsculas, claro está) nos había liberado de la dictadura de Porfirio Díaz y de las incontables maldades de Victoriano Huerta (quien obviamente era calificado como un siniestro chacal)…” (Trueba:17)

De este modo el autor no retoma a los héroes nacionales, aquellos que en la historia tradicional figuran en cientos de publicaciones, por el contrario, pone la mirada en los de a pie, esa gente que vivió en medio de la revolución, aquellos hombres, mujeres y niños que no participaron directamente en las batallas pero que, sin duda, vivieron la guerra:

“ … en este ensayo sólo me interesa narrar (y a ratos intentar comprender) una parte de la historia que nunca me contaron mis maestros: la vida cotidiana de quienes vivieron los tiempos de ancien régime las maneras de amar y pecar, los mecanismos de ligue y la galantería, las otras sexualidades, las diversiones, los hechos de la infancia." (Trueba: 21)

"Es un libro de muchas voces, como una tertulia; el libro donde todo mundo llega a platicar", puntualiza Trueba. "Novo llega a platicar el día que sale del clóset, el día que se mete cocaína, habla mal de las adelitas", agrega. Pero ¿cómo dejar a los héroes fuera? "Mandarlos por un tubo; había que borrarlos y darles la voz a estos otros" dice Trueba Lara en la conversación y lo refrenda en el texto:

"Las mujeres de mi familia —escribe un testigo– estaban en un rincón de la vecindad, con una vecina que tenía un Cristo antiguo y con otras vecinas, rezando, cuando una granada dio contra el tinaco de la misma vecindad; entonces salieron corriendo lo más aprisa que pudieron, y en la calle vieron, mientras corrían a una señora tendida boca abajo, con un niño amarrado a la espalda. El niño estaba vivo, pero nadie se detuvo". (Trueba:141)

Sin embargo, La vida y la muerte en tiempos de la revolución ¿es un libro de Historia? Al respecto el autor señala: "los libros de Historia son cada vez más especializados... a mi me gustan mucho los libros de Historia, soy un verdadero enamorado de los libros de Historia pero cada día me cuesta más trabajo leer los textos de los investigadores. Lo que hacen es tomar un fragmento chiquito de la realidad y lo analizan profundamente, y por supuesto cuando regresan de las profundidades te dicen pues mira aquí está la mera neta y hay de nosotros que tenemos que ubicarnos”. Y puntualiza, "en ese sentido creo que el libro es más una crónica que un libro de Historia, es un libro donde platicamos y conversamos; yo creo que es un paseo, vamos a pasear. Se parece a muchas cosas de Historia, pero no es un libro de Historia, es una crónica".

¿Se trata de un texto pensado para celebrar el Bicentenario? "La primera oportunidad es vamos a repensar el pasado, en ese sentido sí; otra posibilidad es decir vamos a hacer un homenaje a los héroes, no, en ese bicentenario yo no entro" responde Trueba Lara.

Así, La vida y la muerte en los tiempos dela revolución se nos presenta como un texto ameno, con lenguaje sencillo, ilustraciones de la época, además de una bibliografía comentada para aquellos que quieran profundizar en el tema, en palabras del autor: "por fortuna cuando se acaba el libro, tiene al final la bibliografía, y puedes seguir conversando con los que ahí están, no hay conclusióna la gente le gustan las conclusiones y a mi me dan miedo. Si hubiera conclusiones no tendríamos discusiones; la conclusión es la última palabra, yo no la tengo, de eso estoy absolutamente seguro, pero también estoy seguro de que los otros tampoco la tienen”.

La derrota de Dios

Pero José Luis Trueba Lara también escribe una novela publicada por el sello de Suma de Letras de la que también nos platica…

La derrota de Dios es una novela que de acuerdo a su autor "cuenta toda la vida de Miguel Miramón, se trataba de contar una historia desde una perspectiva que a mi me parece que es poco usual… contar la historia de Miramón desde el punto de vista de los que perdieron la guerra; en otras palabras, en esta novela Juárez es el malo y Miramón es el bueno; los conservadores son los héroes".

Pues no hay que olvidar que para la historia "oficial" Miguel Miramón es uno de los grandes traidores; pese a que la vida de este personaje se mezcla con varios de los sucesos determinantes de nuestra historia, se ha perdido u olvidado en el devenir histórico.

Trueba Lara describe al personaje principal de la novela, Miguel Miramón: "… me cae bien porque es un derrotado, me gusta porque no le falta nada… es un hombre brutalmente enamorado, pero un amor de esos románticos, es tan romántico el amor de él y su esposa que cuando lo fusilan, Concha Lombardo pide que le den su corazón y lo guarda en un frasco ¡Alguien que vive un amor así vale la pena!”

Sin embargo, para Trueba no sólo se trata del Miramón enamorado, también “es un personaje crucial; tu dime qué crees que haya sido y lo fue ¿Te gusta niño héroe? Fue niño héroe, herido en batalla ¿Te gusta que sea presidente? Bueno, dos veces, el más joven de la historia ¿Te gustan las batallas? Estuvo en infinidad de ellas, dio batalla en todos lados ¿Un hombre que la gente lo adorara? Por supuesto y eso no es poca cosa, la gente lo tocaba como si fuera reliquia ¿Quieres un hombre que la haya pasado mal? Él también, dos veces tiene que huir a Europa, la primera cuando pierden la guerra de reforma y la segunda cuando Maximiliano lo manda ya para que no esté jorobando… “

Y reconoce en el personaje (Miramón) la derrota, pues apunta: "... tiene un problema, un problema serio, es un derrotado; cuando te derrotan tú tienes dos condenas, la primera es que quiénes te vencieron van a decir que eres un traidor, ni modo que digan vencimos a un patriota, de ninguna manera. La segunda condena, es la condena de una de las costumbres mexicanas más divertidas: el ninguneo. El ninguneo es decir que tú no existes”.

De este modo, Trueba recupera en La derrota de Dios los episodios que recrean al personaje principal: el adolescente que combatió en la batalla de Chapultepec, el general más joven de los ejércitos conservadores, el presidente de México, el exiliado, etc.:

"Miramón no tardó en llegar su puesto: él era uno más de los
jovencitos cadetes que tratarían de contener el avance de los yanquis en el muro que miraba hacia Molino del Rey. Tras las órdenes de los oficiales, llegó el silencio que sólo de cuando en cuando se rompía por los hipos del llanto y los rezos que pedían un milagro: más de uno deseó que Bravo izara la bandera Blanca
" (Trueba:39)

Y en esta descripción de Miramón, Trueba Lara se pregunta "¿un traidor es alguien que dio su vida por la patria? Podemos estar a favor o en contra de sus ideas, ese es otro menester y eso sin duda alguna lo podemos discutir, no tengo ningún problema, pero el hombre estaba convencido ¿le pueden decir traidor a alguien que hizo todo lo posible por frenar la invasión gringa y pararla definitivamente? Yo tengo mis dudas, pero es más fácil descalificar que pensar."

En este encuentro del autor con el personaje y los temas que a través de él trata, Trueba explica por qué escribir una novela y no una biografía de Miramón: "era la única manera en la que yo podía darles voz y en eso quizá si se parezca a La vida y la muerte, la chamba es dar voz a otros. En el caso de La vida y la muerte es darle la voz a la gente de a pie como tú y como yo, y en el caso de Miramón darle la voz a los derrotados en la Guerra de Reforma y en el Imperio. Yo creo que deberíamos oír sus razones, ya después discutimos si estamos a favor o en contra eso no es problema, tomémonos la molesta de escucharlos. Los liberales y los conservadores nunca hablaron, los dos orgullos chocaron, nosotros ya no nos podemos dar esos lujos, ya vimos lo que pasa. Mejor platiquemos, a lo mejor no llegamos a acuerdos pero por lo menos quizá encontremos algunas coincidencias y eso ya vale la pena".

Con una documentación precisa, La Derrota de Dios nos guía por una época de turbulencias, amenazas de invasión extranjera, guerras civiles, conflictos políticos, sociales y económicos a través del hilo conductor que teje la vida de Miguel Miramón. Entre la historia y la ficción, se construye la visión de los vencidos del siglo XIX en México, pues, según Trueba Lara "en ambos casos se trata de la historia de los vencidos no recuerdo un libro donde alguien gane, todos pierden, supongo que es esta la fascinación por los perdedores".

Ficha:

· José Luis Trueba Lara, La vida y la muerte en los tiempos de la revolución, Editorial Taurus, México, 2010, 343pp.

· José Luis Trueba Lara, La Derrota de Dios, Editorial Suma de Letras, México, 2010, 343pp.

lunes, 6 de septiembre de 2010

DULCE CUCHILLO: UNA NOVELA DE MADUREZ

Entrevista con la escritora Ethel Krauze


Por Gabriela Campos

El abuso sexual no es un tema fácil de tratar y mucho menos de manera literaria. A Ethel Krauze le tomó más de cinco décadas de experiencia en la escritura construir un lenguaje capaz de expresar las emociones de las mujeres que han sido violentadas sexualmente y así poder plasmarlas en “Dulce Cuchillo”, nombre que recibe su nueva novela publicada bajo el sello de editorial Jus.

“Dulce Cuchillo” cuenta la historia de Magdalena, en cuya vida el abuso sexual ha estado presente desde la más temprana infancia. Cuatro narradores brindan su versión de lo sucedido, así como los sentimientos y razones que los llevaron a actuar del modo en que lo hicieron. La voz predominante es la de Magdalena, quien narra la lucha que emprendió para adueñarse de su propio cuerpo y, por ende, de su existencia. Está también la perspectiva de su principal abusador, al que llama “personaje T.”. Después, se encuentra la de Alegría, madre de la protagonista y, por último, la de un observador externo.

En entrevista con Lectores de México, Ethel Krauze explicó el proceso de escritura de “Dulce Cuchillo”, los motivos que tuvo para redactarlo y las reacciones que ha despertado en sus lectores.

¿Cuál fue el proceso detrás de “Dulce Cuchillo? ¿Cómo hizo para llevar a la literatura temas tan delicados como el machismo y el abuso sexual?

“Dulce Cuchillo” es una novela de madurez porque no narra tanto acontecimientos, sino que tiene que construir un lenguaje propio que yo tenía que encontrar sólo a través de la experiencia literaria, a través de escribir y escribir y hacer muchos ensayos sobre la escritura misma.

A lo largo de las novelas y poemas que he escrito en mi trayectoria profesional pude ir hilando, construyendo ese lenguaje que pudiera expresar las emociones que tienen las mujeres cuando son violentadas sexualmente, sobre todo cuando es un abuso sexual sin violencia física, porque cuando es con violencia física es muy fácil distinguir que se trata de una violación, pero cuando no la hay, sino que hay una violencia psicológica, cultural e ideológica detrás y que le da fuerza y acompaña a lo sexual, es más difícil distinguirla y expresarla.

Era necesario construir un lenguaje que fuera verosímil, literario, que tuviera ecos poéticos porque finalmente la literatura es arte y busca una experiencia estética; la experiencia que va a encontrar el lector es dramática, pero al mismo tiempo es estética. Imagínate, todos esos ingredientes había que meter en el platillo. No es fácil, lleva tiempo, conocimientos, sabiduría literaria; por eso digo que la fui cocinando con mucho tiempo. No hubiera podido hacerlo antes porque o me hubiera ido por la parte anecdótica externa o al facilismo que es nada más hablar de la parte morbosa o grotesca y difícilmente en mi juventud hubiera encontrado esas sutilezas del lenguaje para poder expresar la mezcla de emociones que las mujeres que viven una situación así están sintiendo. Esa es una de las grandes consecuencias nocivas del abuso, lo que va quedando en la mujer, lo que no puede decir, es que ella misma no puede definirlo, no se puede explicar a sí misma lo que está pasando, lo que está sintiendo. Poner eso en palabras sí lleva tiempo y experiencias.

El “personaje T.” fue un reto para mí, porque yo tenía también que poner la versión de él. Es un personaje complejo. Hubiera sido muy fácil ponerlo como el diablo con cuernos y trinche, como el villano, y no se trataba de eso porque la vida es compleja, la vida no es blanco y negro, no hay maniqueísmos, no hay buenos y malos, todos son buenos y malos al mismo tiempo, según el momento en el que están. Entonces, esa complejidad es la que implicaba una madurez literaria que yo tal vez antes no hubiera podido acometer como ahora lo hice.

Otro tema presente en la novela es el de la doble moral de las familias…

Ah sí, por supuesto, por ejemplo, la ignorancia, los patrones ideológicos en donde la madre por no quedarse sin el hombre, sacrifica a la hija, no la ve simplemente; tampoco es que sea mala, es que no la ve porque no fue educada para verse a ella misma como valiosa. La valía está en el hombre, y la mujer que se queda sin hombre se queda sin valía y, entonces, no importa si el precio que debe pagar para conservar al hombre es entregarle a la hija. Es una cuestión cultural que se puede transformar, por supuesto.

A las mujeres de ahora nos toca poner el dedo en la llaga. Lejos de satanizar las cosas, es nuestra obligación ética, social y cultural por la época en que nos tocó vivir de entender estas situaciones y favorecer una mejor educación en nuestros hijos. La mayoría de las mujeres en las sociedades, y sobre todo en una como la nuestra, no educan a las mujeres en un sentido de valor de ser mujer sino en función de roles; esto hace que se pase de generación en generación ese mandato.

Las madres que saben e intuyen, e incluso ven, que sus hombres, sean sus esposos, sus novios, sus parejas, o los hijos varones abusan de las hijas, no saben cómo manejar esto: lo niegan, no lo ven, lo interpretan de otra manera, no escuchan a las hijas porque las mujeres no se escuchan a ellas mismas, no se nos educa para ello, sino para ver qué debemos hacer y cómo debemos de ser para gustarle y conservar un varón. Sin embargo, no se nos educa para ver quiénes somos nosotras, qué queremos y cómo construirnos como seres humanos y al mismo tiempo encontrar una pareja.

En la novela se muestra mucho eso. Está la voz del hombre, está la voz de la madre, está la voz de Magdalena niña y Magdalena adulta y desde una tercera persona literaria está la mirada de Sebastián, que es el esposo de Magdalena, para tratar de dar un poquito un caleidoscopio de las voces que hay ahí, aunque sí la principal es la de Magdalena, no tanto de los acontecimientos que ocurrieron, sino de qué pasa dentro de ella, qué consecuencias tiene eso, cómo ella se queda sin ser, se queda sin capacidad de decisión porque ella no es nadie, otros la poseen en todos los sentidos de la palabra.

Al no ser un libro autobiográfico, ¿cómo logró meterse en los zapatos de Magdalena, el personaje T. y Alegría?

¿Cuál es la diferencia entre ficción y autobiografía? Ninguna. Todo lo que se escribe es autobiográfico porque tiene que pasar por tu alma, por tu experiencia de la vida y por tu manera de ver el mundo.

¿Qué quiero decir con esto? ¿Que ahí está exacta mi autobiografía? No, porque Magdalena es una enfermera y yo no lo soy; porque ahí hubo un connato de aborto y yo no he tenido uno, es decir, es autobiográfica el alma que hay detrás de los acontecimientos, pero es ficción en la medida en que no es una traslación directa de los hechos, sino indirecta a través de la recreación y la reinterpretación.

Yo escribo de lo que sé, de lo que conozco, de lo que late en mis venas, de lo que me cuentan otros y de alguna manera se identifica con cosas que yo he sentido o vivido, con algo que late dentro de mí. Todo eso es autobiográfico.

Ahora, ¿cómo le hice para meterme en los personajes? Lloré como Magdalena, lloré terrible escribiendo, me enojé mucho y me invadieron ataques de deseo frenéticos, de asco. Si no hubiera ocurrido eso, a pesar del oficio que tengo de tantos años, la pasión por la literatura y el contacto viral que tengo con las palabras, no hubiera podido hacer esta alquimia que es convertir todos los silencios que guardan las mujeres a un lirismo poético; porque parece una novela, pero el ímpetu que tiene “Dulce Cuchillo” es de un poema.

¿Alguna víctima de abuso sexual se ha puesto en contacto con usted después de leer “Dulce Cuchillo”?

Mira lo que he tenido es que descubren que han sido abusadas. Por ejemplo, he tenido casos de mujeres que después de leer esto, me comentan: “es que ahora me doy cuenta que era abuso, pero yo no sabía, yo no lo había entendido de esa manera.” Entonces empiezan con un proceso interior bien fuerte; comienzan a reconocerse en esa voz.

En Internet, algunos psicólogos ubican “Dulce Cuchillo” como un material de apoyo en la terapia de quienes han sido abusados sexualmente…

No sabía eso. Pero, eso sí, el libro sí puede ser un disparador para que cosas que tú creías olvidadas. Por ejemplo, tuve el caso de una mujer que descubrió que había sido abusada por un tío cuando era niña y ella no lo había vivido así, había sido acallada en la niñez y lo confrontó con la madre ya siendo adulta a raíz de la lectura del libro. Y la mamá le dijo: “¡Ay, eso pasó hace muchos años!”. No le había dado la importancia, y en la novela se ve toda la relevancia que tiene una experiencia como eso.

“Dulce Cuchillo” fue presentado el pasado 6 de agosto en la librería Gandhi de Mauricio Achar con la presencia del narrador y editor Felipe Garrido, la escritora Orfa Alarcón, Mónica Rodríguez y la autora.

martes, 17 de agosto de 2010

Las Valkirias




Por Valentín Perea Acevedo

Es difícil hablar de un autor cuyas obras son reconocidas sobre todo por su gran nivel de ventas; esto ocasiona que se distorsione lo valioso o no que posee un libro, sea quien fuere el autor. Obras como las de Rowling, han recibido severas críticas, mismas que quizá compartan con Coelho todo un fenómeno alrededor de la magia, los hechizos y la lucha entre la luz y la oscuridad.

La obra narrativa de Paulo Coelho está inmersa en esta misma tesitura. Además, al narrar lo hace de un modo sencillo, es decir, usando un lenguaje sin complicaciones, elemento que quizá explique su gran éxito en varios países del mundo.

Las Valkirias es una obra escrita después de El Alquimista y es una narración autobiográfica, en la que Paulo Coelho nos describe un periplo de experiencias acerca del autoconocimiento, que a recomendación de J, un amigo suyo, realizará a modo de “Ejercicios espirituales” en el desierto de Mojave, Estados Unidos. Los eventos que narra esta obra ocurrieron entre los días 5 de septiembre y 17 de octubre de 1988, y en ellos, Coelho acompañado de Chris, su esposa, recorrerá el pasado de su mundo interior, de esas moradas mágicas, que hicieron del joven Coelho un escritor de lo oculto.

Chris y Paulo conducen por una carretera de Los Ángeles con rumbo al desierto de Mojave. Paulo tiene un único objetivo: hablar con su ángel de la guarda. Sin embargo, él sabe que los ángeles son mensajeros de Dios, seres que a veces nos observan, de los que presentimos su presencia, sin constatarla.

En aquel desierto, poblado de animales peligrosos cuando cae la noche, se reúnen con Took, un maestro de la Tradición, joven de veinte años, que vive en una casa rodante. Took es el hijo de un mago y ha sido preparado por la Tradición para tomar su papel cuando se abran las puertas del Paraíso. Took explica que para vislumbrar el mundo invisible, hay que posar los ojos en el horizonte, concentrarse en el aquí y el ahora y controlar la segunda mente, ese conjunto de ideas del mundo cotidiano, que siempre ocupan nuestro pensar.

Chris aprende a mirar hacia el horizonte, tal como ha recomendado Took. Un día los esposos en un paseo por el desierto deciden abandonar su auto y caminar hacia un lago de sal, que a la distancia se antoja cercano. Allí, presos de cansancio y somnolencia se despojan de sus ropas. Took les dice que estuvieron a punto de morir de insolación, que el error fue quitarse la ropa, porque sus cuerpos se deshidrataron. Que al ser rescatados por un hombre que vio el auto de la pareja abandonado, un ángel había aparecido. Paulo se muestra escéptico ante esta conjetura.

Took, antes de despedirse, les señala en un mapa dónde vio a las Valkirias por última vez y dice a Paulo que fue conveniente que trajera a Chris. Paulo dice a su esposa que Took habló de cuatro fases en el proceso para hablar con el ángel de la guarda, pero no mencionó la cuarta, y que ésta tiene que ser la canalización.

Finalmente, en una lonchería encuentran a las Valkirias. Son ocho y vienen a caballo. Entran con gran alboroto al lugar, y una de ellas, capta la atención de Paulo. Él lleva un anillo que representa a dos serpientes con dos cabezas y la Valkiria porta un broche con la misma figura. Paulo le dice que se encuentra desesperado y que por ello quiere hablar con su ángel. La mujer responde que puede llamarla Vahalla y lo invita a que se vean al día siguiente.

Chris, Paulo y Vahalla entran a una mina de oro abandonada donde impera el completo silencio. Ahí, ella les dice que deben romper el acuerdo que tienen con las tinieblas, el acuerdo de la derrota.

Paulo ensimismado en la oscuridad recuerda. Hace 14 años, él era compositor de música y seguidor de la Bestia, por ello había logrado mucho éxito. En un momento de su pasado el mal inundó su existencia y la única salida fue tomar una Biblia y rezar a Dios, ofreciéndole su vida. Desde aquel momento todo trabajo que intentó quedó arruinado. Vahalla le dice que ese es el acuerdo que debe romper. Por ello, antes de salir de la mina, Paulo promete dejar todo en manos de Dios. Ahora, su ángel de la guarda estará satisfecho, pues ya no tendrá que impedir que Paulo se destruya a sí mismo.

Paulo y Chris pasan tiempo con las Valkirias, ellas predican en los pueblos y ciudades. Un tiempo después, Valhalla les enseñará a aceptar el perdón, mediante el Ritual que derrumba a los Rituales, usando el odio. Ya sin las Valkirias, los esposos siguen viajando por el desierto, recorriendo ciudades. Por las tardes, salen al desierto. Pero él está triste porque no ha logrado ver a su ángel.

Por fin, un día casi al alba, una mariposa azul revolotea frente de sí. Paulo sabe que es su ángel. Toma una pluma y escribe un pasaje de Isaías de manera espontánea. Cuando sale el sol, una gran luz brilla a su lado y una voz le ordena que no voltee, que se arrodille y mire hacia el piso. Se aterroriza. Le ordenan que limpie la arena frente a él. En ese momento aparece un brazo dorado que traza un nombre en el suelo. Y la voz dice: “éste es mi nombre; cree en que las puertas del cielo se han abierto”. Finalmente, el escritor erige en aquel lugar un altar donde coloca la imagen de Nuestra Señora Aparecida. Ése será su espacio sagrado.

Como podemos observar, la obra que nos presenta Coelho sigue la estructura de las clásicas iluminaciones, a la que la historia de todas las religiones nos ha acostumbrado. Un hombre se refugia en el desierto, y ahí, en la soledad de las arenas, se encuentra a si mismo, comunicándose con los elementos que le rodean. Al llegar al momento de la iluminación, el hombre se da cuenta que todo lo que ha venido haciendo por descubrir resulta de más, porque lo que buscaba ya se encontraba ahí desde siempre.

Todo juego de iluminación requiere de la presencia del mal. Esto es un círculo clásico. Jesucristo fue tentado por el demonio en pleno desierto; San Onofre descubre en la soledad del desierto, y en el autocastigo la bondad de un Dios que le ama, y que él cree que le ha abandonado. La soledad del camello, en el discurso de las “Tres transformaciones” del Zaratustra de Nietzsche sigue el mismo tenor, en el desierto el camello del “tú debes” descubre el poderoso rugido del león “yo quiero”. Y como en los buenos cuentos, el mal es vencido siempre por el bien.

El pacto con el mal siempre va aparejado con el éxito mundano. Cuando Coelho habla de su pacto con la Bestia, dibuja de manera muy diluida, lo que autores como Goethe, ya habían dicho en boca de Fausto, es decir, que el precio que se paga por riqueza, fama, poder y belleza es el alma misma. Sin embargo, no todos los “caídos” rezan a Dios en el momento de la gran angustia que implica la oscuridad del mal. Algunos incluso, pagarían el doble de su alma por gozar las torturas del infierno de Dante, acaso porque también el mal es parte del bien.

Quizá identificar a Dios y a los ángeles en una lucha con la Bestia haga claro en un solo argumento, la batalla a la que alguna vez todos los hombres nos hemos enfrentado en cierto momento de la vida. Coelho nos ha llevado por esta senda. Sin embargo, esta no es la única salida posible, ¿qué habría sido de Coelho si se hubiera entregado completamente a la Bestia, para vivir en la lozanía de lo demoniaco? ¿Qué escenario se presentaría si Paulo hubiera poseído a Valhalla y ahí encontrado una faceta más de su ángel?

Se dice que San Juan de la Cruz, durante la escritura del “Cántico espiritual”, encontró la iluminación, y que esta fue casi instantánea. Después de esto San Juan “moría porque no moría”, pues la gota siempre ansía volver al mar que la decantó. No sé si después de ser tocado por nuestro ángel, la vida pueda continuar, así como así, ya sea en la moderna Nueva York o en la antigua Palestina; no imagino la vida del “iluminado” escribiendo a través de su cuenta de Twitter : “@iluminado: hoy me ilumine, pasa la voz”. Quizá me equivoque y los iluminados siempre fueron “spam” y por eso algunos fueron borrados mediante la sangre y la hoguera. Tal vez, la democracia tenga sus beneficios y éste sea uno de ellos. Y quizá en el desierto esté la respuesta, tal vez sea cierto que el desierto crece… ¡Hay de aquel que alberga desiertos!

valentinperea1@hotmail.com

LA BIBLIA ENVENENADA




Por Horacio García Fernández*




“ Yo nací de un hombre que creía que de su

boca solo podía salir la verdad, mientras escribía

su Biblia envenenada para legarla a la Humanidad...”

Bárbara Kingsolver


El lector podría engañarse si piensa que se encuentra frente a una historia del Congo que abarca desde 1960 a 1990 aproximadamente.


Efectivamente, esa historia forma parte del libro, pero encierra muchos mensajes más, mensajes que tocan la sensibilidad del lector de muy diferentes y profundas maneras, elemento esencial que hace de ésta, una obra de valor universal.


El tema de la obra es tan importante y de tal calidad, que no nos sorprendería que uno de estos años Bárbara Kingsolver reciba el Nobel de literatura.


La biblia envenenada versa una historia en donde un predicador de la iglesia baptista, casado y con tres hijas que ha decidido llevar la luz de la verdad a un pueblo africano, llega al Congo en 1960 llevando con él a su familia.

Uno de los problemas, a nuestro juicio más importantes que plantea la autora, se relaciona precisamente con ese doble prejuicio de superioridad que sufren los sacerdotes poco preparados y culturalmente muy pobres, de cualquier religión, que se sienten auténticos voceros intermediarios entre la divinidad y los hombres.

Estamos hablando de los que verdaderamente se sienten poseedores de una verdad revelada exclusivamente a ellos, no de los sinvergüenzas que, sin creerlo, aparentan que lo creen con fines de dominio egoísta sobre personas crédulas, por las razones que sean.


Este personaje está convencido de que lo aprendido en la lectura de la Biblia es la única verdad posible, y ella le basta y sobra para tratar de imponerla a los demás. Sus hijas le temen. Y con razón. El muy cristiano predicador es capaz de pegar a una de sus hijas por haberse pintado las uñas, pues a su entender, ese puede ser el principio de un camino que lleva a la perdición de la mujer.


Esa forma de ver el mundo, rígida y completamente autosuficiente, va a tropezar con otra visión radicalmente distinta, de una cultura que está lejos de supermercados, helados de crema, medios mecánicos de transporte, automóviles, televisión y cine, tiendas de ropa, etc, una cultura adaptada desde tiempos remotos a las inclemencias del sol y la selva, a la falta adecuada de alimentos y medicinas además de la carencia de agua potable.


El nuevo sentido de la vida que se presenta ante sus ojos al ver mujeres que cubren la mitad inferior de su cuerpo con largas faldas dejando descubierto el pecho; familias que confraternizan con brujos y magos; que comen muy mal, tanto que fácilmente sucumben a enfermedades mortales de la mano de la desnutrición, sin que los textos bíblicos, ni los versículos de fulano y sultano que les receta el predicador, sirvan de alivio a sus males, va a tener un efecto impactante en toda la familia.


Kingsolver describe, con brillantez y de manera conmovedora, esas crisis sicológicas en cada uno de los miembros de la familia, mismas que constituirán para las hijas un camino de desarrollo personal, distinto para cada una de ellas y la esposa, al principio incapaz de discutir con el marido predicador, una experiencia vital profunda que pasando por la decepción respecto al tipo de hombre con el que se había casado termina con la construcción de una visión personal de la vida.


Ese tratamiento introduce a sus lectores en el ámbito de la educación, entendida ésta como ese desarrollo interno que se presenta en cada uno de nosotros, seamos o no conscientes de ello, pero también en el de la psicología, la comparación y análisis de las diferencias culturales, la Historia y la Sociología y, muy particularmente, en el de las relaciones de pareja, el sentimiento y la responsabilidad maternales.


Sume el lector la permanente denuncia que la autora hace de la explotación inmoral que los estadounidenses hicieron de la situación por la que pasó África en esos años, momento en el cual una gran parte de los países de ese continente alcanzaron su dudosa independencia, controlada por sus explotadores blancos, estadounidenses y europeos.


Por ejemplo, la acusación que hace de la política seguida por Eisenhower para controlar, entre otras materias primas de importancia, la de producción de diamantes en la zona; el comercio de armas y el apoyo a personajes tan desprestigiados como Mobutu, a costa del asesinato de Patricio Lumumba; la también denuncia de los 30 millones de dólares (de entonces ) que llevaba gastados el gobierno estadounidense en impedir la libertad de Angola, y otras cuestiones más, mismas que justifican por qué Bárbara Kingsolver (1955 - ¿? ), quién obtuvo la licenciatura en Biología en la Universidad de Depaw, Indiana, destacó como activista en contra de la guerra de Vietnam.


A través de las páginas, el texto connota que para la autora escribir es una forma de realizarse personalmente, pues le permite dar batallas por aquellos principios humanos que hoy más que nunca deben compartirse. Su literatura es una literatura de activismo político, encauzado a través de sus historias.


Leer este libro es acceder a esa asombrosa, por lo espectacular y no por otra razón, explosión de la literatura femenina que observamos de manera muy evidente a partir de mediados del siglo pasado.

Lo recomendamos ampliamente.


Bárbara Kingsolver, La biblia envenenada, Editorial Planeta S.A., Ediciones de Bornce, Barcelona, España.

-Actualmente está editado por Verticales de Bolsillo, tal como aparece en la fotografía.


* Horacio García Fernández es educador, investigador y conferencista especializado en relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad, así como divulgador de la misma; autor de 12 libros (3 de texto, de ellos 2 en coautoría; 6 en ADN Editores, de ellos 2 en coautoría; 6 en PANGEA Editores, y más de 200 artículos de divulgación); Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica 1996. Fue Presidente de la SOMEDICYT y socio fundador de la misma.


horagarf@yahoo.com.mx

martes, 20 de julio de 2010

Del blog al papel



Por Cinthia Archundia


La aparición del primer blog en la web 2.0 se le atribuye a Dave Winer, quien comenzó a escribir en abril de 1997 su Scripting news (una bitácora tecnológica y política); trece años después, esta herramienta se ha extendido por todo el mundo, permitiendo así, que las ideas y pensamientos de una persona se conozcan en cualquier parte del mundo, acción que anteriormente sólo era atribuida a los medios de comunicación.


Se ha discutido prolijamente sobre si la aparición de los blogs terminará por matar a los medios de comunicación convencionales o si sólo son un elemento que permitirá la democratización de éstos (se incluyen las redes sociales). Sin embargo, mientras el debate continúa, las entradas en los blogs dan lugar a otras creaciones…


Tal es el caso de Ese imbécil no soy yo, un libro construido a partir de algunas entradas del blog de su autor, Héctor Zagal, escritor, filósofo y académico mexicano que se autodefine como: “clasemediero de aspiraciones pequeño burguesas con un dejo de socialdemócrata”. Entre sus obras destacan Límites de la argumentación ética de Aristóteles (Publicaciones Cruz O, 1996), Ética para adolescentes posmodernos (Publicaciones Cruz O, 1997), Horismos, syllogismos, asápheia: el problema de la obscuridad en Aristóteles (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2002), Andrés Manuel López Obrador, historia política y personal del jefe de gobierno del Distrito Federal (De Bolsillo, 2006), Anatomía del PRI: claves para entender a Roberto Madrazo (Plaza Y Janés, 2006) y Gula y cultura (Los Libros de Homero y Editorial Jus, 2008).


En las páginas que saltan del blog al papel, Zagal nos entrega una bitácora dividida en seis temas:


  • Mediocridad dorada: autobiografía
  • Listas ociosas
  • Filosofía profunda y aburrida
  • Teología de pasillo
  • El oficio de Gullive
  • Crítica de cine


A través de textos cortos, el autor plantea alegrías, dudas, sarcasmos y opiniones sobre el hombre contemporáneo, la banalidad de la vida, o cualquier otro tema que Zagal haya plasmado en su blog como una muestra del contexto posmoderno que sin duda permea en el entorno social. Sin embargo, la línea temática marcada en los seis ejes, permite que el texto mantenga un orden específico, aunado a un lenguaje claro y sencillo, no por ello simple.


Ese imbécil no soy yo no sólo nos permite encontrar o descubrir los gustos, disgustos, aficiones, miedos, alegrías, etc, del autor, todos elementos que ayudan a crear un contexto para entender mejor la obra completa de Zagal. Sin embargo, de manera aislada, el texto, es ameno, divertido y muy ágil.


Reproduzco aquí Pensamientos positivos del apartado Mediocridad dorada: autobiografía:


Pongamos amor, fuerza, actitudes positivas,

para que el libro de cada uno tenga
un final feliz en la vida.

Yohana García


Llegó a mis manos el libro de Yohana García: Francesco. Una vida entre el cielo y la tierra de Editorial Lumen, México, 2002. En la solapa viene una pequeña semblanza de la autora:


Yohana García es metafísica, profesora en terapias alternativas y máster en programación neuro-lingüística (PNL). Trabaja desde hace años con pacientes con fobias. Es facilitadora para cambiar las sensaciones y los pensamientos negativos en positivos. Creó su propio estilo y transformó la PNL en una PNL espiritual. Yohana cree que la verdadera magia está en uno, y ella en sus sesiones y seinarios, simplemente es la guía que muestra dónde tiene cada persona sus tesoros interioes.


En mi nuevo libro usaré una nueva semblanza:


Héctor Zagal es metafísico, profesor en terapias platónicas y máster en redacción de discursos e informes varios (REDIV). Trabaja desde hace años con estudiante psicópatas. Es facilitador para cambiar las sensaciones y los pensamientos positivos en negativos. Héctor cree que la verdadera magia está en el bolsillo de cada uno. En sus sesiones y seminarios, él simplemente es el conducto por sonde se vacían las chequeras de cada persona.


Héctor Zagal. Este imbécil no soy yo, Editorial Jus, México, 2010. 84pp.


cinthia_archundia@yahoo.com.mx

lunes, 28 de junio de 2010

El pozo: el obsceno canto de un pájaro nocturno llamado Juan Carlos Onetti.




Por Alfonso Vázquez Salazar

En el año de 1939, justo cuando Jota Carlos Onetti –como le gustaba escuchar su nombre, según las palabras de su hijo Jorge– tenía 29 años de edad escribió de un tirón y sin parar El pozo, novela emblemática de la narrativa del escritor uruguayo que, además de ser la primera de sus novelas, nos instala de inmediato en un ambiente sórdido donde la ensoñación de su personaje central y voz única: Eladio Linacero, así como su particular manera de posicionarse frente al mundo –“Todo en la vida es mierda…” / “Todo es inútil y hay que tener por lo menos el valor de no usar pretextos”– revelan, a su vez, la voz de un escritor dueño ya de un estilo literario y de una madurez narrativa que iría poco a poco ratificando en territorios ficcionales cada vez más vastos e impresionantes.

Con El Pozo, la blasfemia, la imprecación y el realismo más despiadado adquieren grados canónicos de lucidez y de maestría en la literatura de Hispanoamérica; además, el estilo que emplea Onetti es descarnado e incisivo, pero también fuertemente impregnado de recursos poéticos que nunca alardean de más y que son de tal forma contenidos que asientan la palabra exacta para que toda la proposición o el párrafo sea más corrosivo y contundente.

Mucho se ha dicho de esta novela, aunque siendo sinceros nunca lo suficiente: El Pozo es una de esas obras realmente portentosas que inauguran de manera inmejorable el camino de una sensibilidad literaria renuente a los destellos de la novedad pero también a las deslucidas murallas del pasado, donde el escritor avanza siéndole fiel a su tema: la confesión, con todas las luces y las sombras que pueda llevar un acontecimiento de esta naturaleza, debatiéndose entre sus momentos extáticos y también entre los más sórdidos o los más ruines.

Y más precisamente, el gran tema de El Pozo es la confesión de un alma –como lo dirá el propio Onetti en la novela–, que ante la necesidad de mostrarse a ella misma en un ejercicio no exento de crueldad y autoconocimiento, se sabe de antemano vulnerable y con la capacidad de ser derrotada, y peor aún, humillada al exponerse ante los otros en un mundo donde “no hay nadie que tenga el alma limpia, nadie ante quien sea posible desnudarse sin vergüenza”.

Esta alma se abre paso en la noche de cualquier ciudad del mundo a través de la escritura –porque cualquiera de las ciudades de nuestro mundo moderno puede ser la urbe de Eladio Linacero–; pero la podemos colocar por elección propia en Montevideo o en Buenos Aires, o en una ciudad imaginaria creada 11 años después por Onetti en otra de sus novelas decisivas y hecha a la semejanza de las dos ciudades anteriores: “Santa María” donde el desasosiego, el fracaso y el hastío son los componentes vitales de esta mítica urbe tan parecida a sus referentes reales y que empuja a las almas que la habitan a debatirse y a enfrentarse a ese ambiente hostil e incomprensible.

El proyecto de El Pozo es sencillo y desconcertante: “Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños.” En efecto, se puede decir que en esta novela se revela el inquietante y apremiante derecho a expresar aquellos estados de ensoñación y a otorgarles el mismo estatuto de verdad del que gozan los sucesos o los “hechos reales”, señalando que unos y otros son tan verdaderos como la vida misma y que si son igual de crueles y de admirables es porque se nutren los unos de los otros como esas serpientes míticas que se devoran terriblemente a sí mismas.

Y desde luego que, como se ha dicho hasta el cansancio, El Pozo es la piedra fundacional de esa nueva novela que se afianzará en toda América Latina a lo largo del siglo XX y que inaugura la modernidad en un territorio donde, como lo ha señalado Mario Vargas Llosa, dominaba el costumbrismo y la complacencia de los escritores con los supuestos temas locales y folklóricos.

Lo indudable es que con El Pozo estamos frente a una de esas obras maestras que nos muestran de cuerpo entero a un escritor en pleno dominio de su oficio y con una concepción ya suficientemente elaborada sobre él, y que todavía daría mucho de qué hablar en los caminos de la literatura hispanoamericana del siglo XX.

Tan sólo recordemos lo que Onetti le decía a Vargas Llosa sobre su peculiar concepción de la escritura, cuando éste señalaba que tenía una disciplina férrea y fanática para escribir, que se levantaba cada mañana y desde temprana hora comenzaba a trabajar, ya que cada día tenía que producir al menos diez cuartillas: “Vos tenés una relación conyugal con la literatura” le decía Onetti, “como buen marido tenés que cumplirle, yo en cambio tengo una relación de amante, cuando me viene el deseo escribo.”

Una historia sencilla

La historia de El pozo es sencilla: Eladio Linacero, a punto de cumplir cuarenta años, evoca los detalles más inesperados de su vida en un cuarto mugriento donde vive junto a un obrero militante del Partido Comunista. La descripción que hace Onetti del cuarto –que es la descripción con la que arranca inmejorablemente la novela– y la atmósfera que logra crear a través de ella, es realmente excepcional:

Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo
veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios
tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los
vidrios. Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde
mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las
tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear
las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas.
Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una
mueca de asco en la cara.

A partir de ahí, y de la conciencia de que ese mundo cotidiano en el que Eladio Linacero vive y se desenvuelve –un mundo literalmente retorcido, incompleto y decadente–, el mismo personaje toma conciencia de su propio proceso inevitable de descomposición y percibe de manera sorpresiva el modo en que la corrupción se ha instalado de manera fulminante en el centro mismo de su realidad.

Esta sorpresa que obsequia la ocurrencia repentina de ver el cuarto por primera vez, y la conciencia de estar viviendo en un lugar donde la miseria y la suciedad se imponen, no deja de causarle una fascinación extraña que se volverá recurrente en toda la novela y que no cesará de llamarle la atención, como cuando evoca más adelante el lugar en el que se reúne con Hanka, su amante casi adolescente, y describe con una minuciosidad extrema aquellos aspectos de los reservados que lo remiten siempre a un extraño vínculo con la suciedad y con una peculiar atracción hacia ella:

Entraba mucho frío en el reservado con cerco de cañas y enredaderas. Me
acuerdo de que las voces que llegaban traían una sensación de soledad, de
pampa despoblada. Había un caño embutido en la pared de ladrillos, bastante
estropeada. La botella de cerveza estaba vacía, la mesa y las sillas, de hierro,
sucias de polvo y llenas de manchas. ¿Por qué me fijaba en todo aquello, yo, a
quien nada le importa la miseria, ni la comodidad, ni la belleza de las cosas?


La mugre, las sillas despatarradas, los diarios amarillentos que ocupan los vidrios, así como las botellas de cerveza vacías, las manchas de las mesas de hierro y otra vez el polvo de las sillas, son elementos que componen cuadros narrativos afines a la decadencia. Y si a ello le añadimos la evocación del hombro izquierdo de una puta: enrojecido, irritado, a causa del frote que le hacen los veinte hombres que la visitan a diario para tener sexo con ella y que no se afeitan, nos otorga un punto de arranque de fuerte crudeza y de una intensidad densísima.

En El pozo, pues, la historia de un alma se abre paso en la noche y se hunde en ella, en su espesura, en su profundidad, pero esta noche en que se hunde es la noche del alma de Eladio Linacero: oscura, amarga, profundamente hostil al mundo, e injuriante. El hastío es el detonador de la narración y se percibe inmediatamente cuando Eladio Linacero se huele alternadamente las axilas adivinando una mueca de asco en su cara y comprende de golpe, como en La Metamorfosis de Kafka, que se ha convertido en un insecto humano, en un ser arruinado que vive en un entorno decadente.

Después vienen las otras imágenes: los otros “sucesos”. Eladio Linacero comienza a escribir en esa misma noche sus memorias “porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años”, con la conciencia de que no hará literatura ni nada que se le parezca porque de antemano se declara incompetente: “Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo”, y que lo que escribe no será otra cosa que una confesión: “las extraordinarias confesiones de Eladio Linacero”, mismas que desarrollará a partir de sus recuerdos, de sus evocaciones pero también de los extraños “sucesos” o “imágenes” –“aventuras” también las llama él– que vienen a visitarlo noche con noche, y que no son más que ensoñaciones en donde él mismo aparece haciendo las veces de un marinero, de un contrabandista o de un trabajador de aserradero en los lugares más exóticos y más imposibles, y no por ello menos sórdidos.

La cabaña de troncos y el arte de mentir bien la verdad

Pero acaso de estas imágenes o sucesos que vienen a buscarlo, hay una decisiva, recurrente, que como un fantasma recorrerá persistentemente la novela: el fantasma de Ana María y la aventura de la cabaña de troncos.

Esta evocación de Linacero refiere a un evento que tuvo lugar en su adolescencia, cuando contaba con unos quince o dieciséis años. Ahí se encuentra en la noche de un 31 de Diciembre, justo a punto de comenzar el año nuevo –imagen onettiana por excelencia que se repite en Justo el treinta y uno y en Dejemos hablar al viento–, cuando apartándose de la fiesta familiar sale a tomar el aire. En el camino se encuentra con Ana María, a la que intercepta y lleva con engaños a la casa del jardinero que se ubica en medio del bosque, prometiéndole que ahí verán a Arsenio, un amigo común al que ella admira; pero cuando llegan a la casa no hay nadie y Ana María, al darse cuenta de la estafa, intenta huir y en su desesperación golpea a Linacero, propiciando que el haga lo mismo con ella y que la humille sexualmente “sin deseo” y sin llegar a violarla.

Pocos meses después Ana María muere y su imagen sigue obsesionando a Linacero hasta el punto de hacerla venir de manera inconsciente en las noches en que se pone a imaginar un mundo distinto.

Las razones de la agresión a Ana María no son sexuales, más bien se deben a la manera tan sumisa en que la muchacha lo ha seguido y ha caído en la trampa. A Linacero le fastidia que Ana María haya creído en su mentira de una manera tan fácil –“Le dije la mentira sin mirarla, seguro de que iba a creerla”–, y a partir de esa conciencia no puede dejar de sentirle odio, una actitud que se va sintiendo desde el primer momento de la evocación –“Puede parecer mentira: pero recuerdo perfectamente que desde el momento en que reconocí a Ana María –por la manera de llevar un brazo separado del cuerpo y la inclinación de la cabeza– supe todo lo que iba a pasar esa noche.”– y que adquiere una mayor tonalidad cuando el hecho está a punto de ser consumado: “Le tenía lástima, compadeciéndola por ser tan estúpida, por haber creído en mi mentira, por avanzar así, ridícula, doblada, sujetando la risa que le llenaba la boca por la sorpresa que íbamos a darle a Arsenio”.

Este punto es importante para toda la concepción de la escritura que desarrollará Onetti en su narrativa: la mentira es el arte supremo que todo escritor que se precie de serlo debe dominar, y uno tiene que alejarse lo más posible de la verdad porque ésta miente, esconde los motivos, colapsa los sentimientos y destruye toda espontaneidad. Así uno de los mandamientos de Onetti es precisamente ese: “mentir siempre” (“la literatura es eso: mentir bien la verdad”), y se debe mentir bien porque decir la verdad de manera literal, es lo más ramplón y repugnante que podamos hacer, es hacer una mera relación de hechos tan mecánica como completamente hueca, desnuda de los sentimientos y de los referentes –extraordinarios o maravillosos– que impulsan a cometer cualquier acto humano –de amor o de odio– por irracional o anormal que sea:

Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es
decir la verdad, toda la verdad, ignorando el alma de los hechos. Porque los
hechos son recipientes vacíos, son recipientes que tomarán la forma del
sentimiento que los llene.


La mentira para Onetti es la esencia de la literatura, la verdad no dice nada para él: es un mero registro de mentiras porque siempre desvían los verdaderos sentimientos y no muestran el alma de esos hechos que se están narrando. La verdad es tan obscena como un corte quirúrgico para determinar la causa del deceso en un cadáver. Es algo frío y obstinado, inútil. La mentira es fundamental para conseguir los propósitos de todo escritor. Eladio Linacero lo sabe y se odia por saber que otros, como Ana María, lo ignoran.

El francotirador

El Pozo es entonces algo más que una novela, es el alegato, la declaración de principios de un escritor frente al mundo, donde expone las leyes de su escritura y su concepción particular de los hombres en él:

Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban,
como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y
el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo
blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico andaba en cuatro patas,
con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa
remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente,
toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso.


Fernando Curiel afirma que la verdadera declaración de principios o el programa de Onetti se encuentra en los artículos escritos en Marcha, firmados como Periquito, el aguador o Grucho Marx (sin la o), y que el ejemplo en donde se llevan a la práctica esos principios es El Pozo. Considerando todas las afirmaciones lúcida y desgarradoramente escritas en El Pozo, y con el afán de polemizar, puedo sostener que El Pozo mismo es el programa con el que Onetti despliega su plan de escritura: en él se contiene un código, una atmósfera, un estilo, una preceptiva y una actitud.

Efectivamente, es un ejemplar vivo donde se ponen en práctica alguna de sus ideas expuestas con anterioridad, pero es algo más que eso: es un cuerpo viviente que integra todas aquellas dimensiones que un escritor en formación –pero con una madurez única, propia de los genios– desarrollará hasta las últimas consecuencias en toda esa hermosa devastación que constituye su narrativa.

El Pozo, pues, es la condensación de un mundo, de una sensibilidad y de una escritura. Si Juan Carlos Onetti titulaba su columna en el semanario Marcha como La piedra en el charco, y sostenía que la misión de todo escritor era persistir y abrirse camino entre la sombra del monte y los arbustos enanos, podemos afirmar que El Pozo es esa piedra lanzada al charco impasible de la literatura hispanoamericana de principios del siglo XX y que buena falta le hace ser nuevamente estremecida por ese pájaro nocturno, por ese francotirador que firmaba como J.C. Onetti.

En algunos escritores se puede hablar de “obras maestras”, de una “novela representativa”, pero en Onetti, toda su obra constituye una cumbre: una cumbre que no se había visto en Hispanoamérica desde los tiempos y los espacios de El Quijote, y esa cumbre victoriosa comienza –qué paradoja– en El Pozo.

Así se explica el orden de la literatura: una de sus cumbres comienza con un descenso a los infiernos, con una excavación en el alma humana, representada por Eladio Linacero, exaltada por Juan Carlos Onetti, donde esa alma que afirma que siente asco por todo es capaz también de imaginar las situaciones más inverosímiles y de captar de golpe la ternura y la belleza en cualquier situación de la vida cotidiana.

El mundo de Onetti está pues condensado en El Pozo: las prostitutas, la mugre, los países lejanos pero tan próximos a Montevideo o Buenos Aires –por la fuerte ola migratoria– la relación entre la literatura y la vida, la crítica a aquellos escritores demasiado cerebrales, la supremacía del sentir sobre el pensamiento: “Qué fuerza de realidad tienen los pensamientos de la gente que piensa poco y, sobre todo, que no divaga”, la tierna misoginia, la maravilla y el carácter inexplicable del amor, la santificación de la mentira, la certeza de que la plenitud de la vida es la juventud y de que ésta pasa rápido.

Todo el mundo de Onetti que posteriormente desarrollará en toda su novelística está concentrado en El Pozo, y el mismo Onetti de cuerpo entero está retratado en la figura de Eladio Linacero. De hecho la mejor manera de adentrarse en el mundo onettiano es leer de un tirón y preferentemente en la noche más densa o en la madrugada más insomne, tal y como Onetti la escribió, a esta novela inagotable que se ha mantenido invicta a lo largo de las décadas perdidas de nuestro siglo y del anterior.








Texto publicado originalmente en la Revista Viento en Vela