viernes, 19 de octubre de 2012

El niño Platón


Nuestro director, Valentin Perea Acevedo, nos envía este cuento, escrito para la pequeña Valentina, que a sus 28 días de nacida no deja de llorar por las noches. Un gran abrazo Lectores de México.

Cuentos para Valentina

El niño Platón

Te voy a contar Valentina la historia del niño Platón. Este niño tenía 10 años y vivía en la ciudad de Atenas, en esa ciudad que se creía el centro del mundo y en cierto modo lo era, porque en ella habían vivido grandes hombres como Sócrates, Fidias y Pericles. Pero eso te lo contaré otra noche, porque hoy es domingo y mañana debemos trabajar desde temprano.
El niño Platón era muy inquieto y tenía las manos muy grandes; le encantaba recorrer las murallas de la ciudad y recoger guijarros en su manto. Aquella mañana llevaba puesto un manto color naranja que daba a los cabellos ensortijados del muchacho un tono rojizo. El niño Platón había ido con Períctiona, su madre, al gran mercado de la ciudad, allí había visto cosas inimaginables como las telas brillosas de Babilonia, esculturas doradas de Egipto, cerámica de Creta y huevos de codorniz en miel, que eran un platillo delicioso venido de más allá del mar. Pero lo que más llamó la atención al niño fue la voz de un merolico que aseguraba vender huevos de una especie alada de serpiente.
Fueron lágrimas y un gran berrinche lo que costó a Platón obtener ese huevo, ante las negativas de su madre que terminó cediendo frente la obstinación del hijo. Así, iba Platón con su huevo en el regazo, mismo que apenas cubría con sus dos manos; precioso tesoro, imaginaba, del que surgiría una mascota alada, que amarraría con una cuerda para sorpresa de niños no sólo de Atenas, sino incluso de Esparta y Tebas, es decir, del mundo entero.
Caminaba el niño entre sus sueños cuando tropezó con una piedra del camino, y el huevo rodando de sus manos, se estrelló precipitadamente en el suelo haciéndose añicos. Extrañamente para su madre, el niño no lloró, miró con tristeza su mascota perdida, y sin dilación corrió a tomar la mano de su aya, que le esperaba unos pasos adelante.
En la mesa, la madre comentó a Aristón, su esposo, la conducta extravagante del niño. El padre preguntó la causa de tal proceder; Platón contestó: “puede ser, padre, que yo creyese que era un huevo de serpiente alada, como esas que describe Herodoto en sus historias, lo que me haría el dueño de una mascota fabulosa y la envidia de todos los niños; pero también cabría la posibilidad de que fuese un simple huevo de codorniz pintado por un vendedor ventajoso, lo cual me hubiera convertido en el hazmerreir de todos a mi alrededor. Los dioses al hacerme caer me han privado de mi serpiente pero también me han evitado la vergüenza pública”. Aristón miró a su hijo y le dio una suave palmada en su espalda. Una gran palmada, si quieres llamarle así Valentina, pues Platón tenía la espalda muy ancha.

La atracción y/por los libros

La atracción y/por los libros





Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida.

Cuando era estudiante universitario no encontraba mejor lugar que la bib

lioteca. Recorría sus pasillos con la avidez de aquel que desea leer por el simple acto irreflexivo de leer, si es que esto se me concede. Física, química, literatura universal, mitos, medicina, historia antigua, recorría los volúmenes como el avaro que toquetea unas monedas que aún no son suyas. En cada recorrido llevaba hasta mi mesa la máxima cantidad permitida de tres libros, para hojear y tratar de asimilar lo que esas páginas me ofrecían, en la plenitud de la bombilla eléctrica y el silencio obligado de mis contertulios.
Así conocí autores que de otro modo jamás hubiera tenido en mis manos. Por cada uno de los libros recorridos adquiría una frase, alguna imagen, a veces una explicación del mundo. Difícil es el transitar entre libros cuando uno prueba sin degustar, en una comilona absurda, donde las palabras se revuelven en sin fin de policromías.
Sin embargo, a través de los años, sigo recogiendo los frutos de estas lecturas “absurdas”, pues a la mitad de una conversación o el diálogo de una película, a ratos emergen imágenes o palabras que nunca creí que habitaran en mi. Precisamente, hace unos días al ver un corto sobre la película de Viaje al Centro de la Tierra vino a mi mente la palabra Stromboli, nombre del volcán por donde Otto Lindenbrook y su sobrino Axel emergen de su viaje fantástico al centro del orbe. Esa palabra llevaba guardada casi dos decenas de años en el mas remoto olvido, y así, sin más me trajo con ella sabor a infancia y a cuentos.
De las lecturas me he alimentado y con el tiempo la mente se robusteció. En aquellos años, además, profesores y amigos llevaban a uno de la mano a Nietzsche, Sartre, Camus, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Cesar Vallejo, Lenin, Marx y demás autores de todas las nacionalidades y estilos. Los maestros tienen la maravilla de abrirnos caminos ya recorridos, de darnos orden en el caos. Para un lector omnívoro nada mejor que un buen guía que le aconseje y muestre sendas a través del inmenso bosque del conocer.
Con el tiempo ocurrió con cada vez más frecuencia un fenómeno. Primero en bibliotecas y después en librerías, incluso en puestos de periódicos. Sucedía que al pasar por un pasillo atestado de obras, una en particular llamaba mi atención, como si entre ese libro y yo hubiera un lazo secreto. Ese libro me miraba de arriba a abajo, con la misma insistencia con la que una mirada de otredad nos busca en una reunión concurrida. Las primeras veces hacía caso omiso de ese impulso. Sin embargo, con el tiempo, la corazonada se convirtió en el único método de hallar un buen libro. Con esa corazonada leí a José Ingenieros y su Hombre mediocre; los Poemas de Locura de Hölderlin y el Apolo Pankrator de Germán Pardo García.
De este modo aprendí a “reconocer” libros incluso en librerías de viejo y puestos ambulantes. Tal como ocurrió aquella vez en un puesto de los Viveros de Coyoacán, un libro arrumbado entre revistas llamó mi atención: También las Vaqueras sienten melancolía de Tom Robbins.
Con los años he tratado de explicarme esta conexión tan íntima con un autor o una obra; lo cierto es que muchas veces esos libros especiales han sido mis más fieles interlocutores, se han convertido en libros “reveladores” e incluso proféticos.
Algunas noches he soñado con una gran biblioteca, donde un gran tomo rojo resalta de entre todos los demás; sé que es un libro escrito solo para mí, pero cuando intento alcanzarlo con una gran escalera se desvanece.
Sin embargo cuento con “mis” libros y ellos hablan para “mí” y eso no es un sueño.

Valentín Perea Acevedo
Lectores de México
valentinperea1@hotmail.com

De como los Lectores de México abren una puerta nueva hacia la reflexión de los libros y el mundo

De como los Lectores de México abren una puerta nueva hacia la reflexión de los libros y el mundo

Escribir para lectores es una labor más que complicada, y ello se debe, a que el verdadero lector, está inmerso en un universo donde se amplía continuamente la labor crítica y el conocimiento del mundo. Cuando se ha leído una buena cantidad de libros, nuestra conciencia se vuelve tan ácida que a rato

s perdemos la delgada línea entre lo correcto o incorrecto que debe decirse o escribirse, lo que repercute igualmente en lo que leemos de los demás.
Lectores de México se ha convertido en un espacio donde se comentan, recomiendan y discuten libros, cualquier tipo de libros. Entre nuestros lectores se cuentan verdaderos amantes de la lectura, edición, impresión y divulgación cultural. Y también están aquellos que en la búsqueda de lectores nos envían sus obras, publicadas o no para ser difundidas.
Hoy Lectores de México comienza una nueva etapa al comenzar a reflexionar desde sus puertas sobre la problemática del mundo, con lo cual lo leído se lanza sobre la realidad para transformarla dentro del ámbito de lo cotidiano. Así Spinoza, o Hobbes o Savater convivirán entre líneas con los problemas de todos los días, la inseguridad, el deber de un ciudadano, la prostitución infantil en México o el fenómeno de la globalización económica.
Será nuestro director, Valentín Perea quien comenzará esta titánica labor. No dudamos que con su amplia experiencia podrá dar impulso a esta empresa. Sirvan estas líneas para abrir esta nueva puerta, e invitar a más Lectores de México a compartir sus reflexiones sobre el entorno de este México, que más que nunca, necesita la voz de todos aquellos que reflexionan desde la letra y el recogimiento de sus libros.
Esta labor de reflexión para nada disminuirá el impulso de los Lectores de México hacia la lectura, labor primordial por la que los Lectores de México trabajan día por día. Así pues que venga la reflexión y que comience el diálogo.

Lectores de México