lunes, 6 de septiembre de 2010

DULCE CUCHILLO: UNA NOVELA DE MADUREZ

Entrevista con la escritora Ethel Krauze


Por Gabriela Campos

El abuso sexual no es un tema fácil de tratar y mucho menos de manera literaria. A Ethel Krauze le tomó más de cinco décadas de experiencia en la escritura construir un lenguaje capaz de expresar las emociones de las mujeres que han sido violentadas sexualmente y así poder plasmarlas en “Dulce Cuchillo”, nombre que recibe su nueva novela publicada bajo el sello de editorial Jus.

“Dulce Cuchillo” cuenta la historia de Magdalena, en cuya vida el abuso sexual ha estado presente desde la más temprana infancia. Cuatro narradores brindan su versión de lo sucedido, así como los sentimientos y razones que los llevaron a actuar del modo en que lo hicieron. La voz predominante es la de Magdalena, quien narra la lucha que emprendió para adueñarse de su propio cuerpo y, por ende, de su existencia. Está también la perspectiva de su principal abusador, al que llama “personaje T.”. Después, se encuentra la de Alegría, madre de la protagonista y, por último, la de un observador externo.

En entrevista con Lectores de México, Ethel Krauze explicó el proceso de escritura de “Dulce Cuchillo”, los motivos que tuvo para redactarlo y las reacciones que ha despertado en sus lectores.

¿Cuál fue el proceso detrás de “Dulce Cuchillo? ¿Cómo hizo para llevar a la literatura temas tan delicados como el machismo y el abuso sexual?

“Dulce Cuchillo” es una novela de madurez porque no narra tanto acontecimientos, sino que tiene que construir un lenguaje propio que yo tenía que encontrar sólo a través de la experiencia literaria, a través de escribir y escribir y hacer muchos ensayos sobre la escritura misma.

A lo largo de las novelas y poemas que he escrito en mi trayectoria profesional pude ir hilando, construyendo ese lenguaje que pudiera expresar las emociones que tienen las mujeres cuando son violentadas sexualmente, sobre todo cuando es un abuso sexual sin violencia física, porque cuando es con violencia física es muy fácil distinguir que se trata de una violación, pero cuando no la hay, sino que hay una violencia psicológica, cultural e ideológica detrás y que le da fuerza y acompaña a lo sexual, es más difícil distinguirla y expresarla.

Era necesario construir un lenguaje que fuera verosímil, literario, que tuviera ecos poéticos porque finalmente la literatura es arte y busca una experiencia estética; la experiencia que va a encontrar el lector es dramática, pero al mismo tiempo es estética. Imagínate, todos esos ingredientes había que meter en el platillo. No es fácil, lleva tiempo, conocimientos, sabiduría literaria; por eso digo que la fui cocinando con mucho tiempo. No hubiera podido hacerlo antes porque o me hubiera ido por la parte anecdótica externa o al facilismo que es nada más hablar de la parte morbosa o grotesca y difícilmente en mi juventud hubiera encontrado esas sutilezas del lenguaje para poder expresar la mezcla de emociones que las mujeres que viven una situación así están sintiendo. Esa es una de las grandes consecuencias nocivas del abuso, lo que va quedando en la mujer, lo que no puede decir, es que ella misma no puede definirlo, no se puede explicar a sí misma lo que está pasando, lo que está sintiendo. Poner eso en palabras sí lleva tiempo y experiencias.

El “personaje T.” fue un reto para mí, porque yo tenía también que poner la versión de él. Es un personaje complejo. Hubiera sido muy fácil ponerlo como el diablo con cuernos y trinche, como el villano, y no se trataba de eso porque la vida es compleja, la vida no es blanco y negro, no hay maniqueísmos, no hay buenos y malos, todos son buenos y malos al mismo tiempo, según el momento en el que están. Entonces, esa complejidad es la que implicaba una madurez literaria que yo tal vez antes no hubiera podido acometer como ahora lo hice.

Otro tema presente en la novela es el de la doble moral de las familias…

Ah sí, por supuesto, por ejemplo, la ignorancia, los patrones ideológicos en donde la madre por no quedarse sin el hombre, sacrifica a la hija, no la ve simplemente; tampoco es que sea mala, es que no la ve porque no fue educada para verse a ella misma como valiosa. La valía está en el hombre, y la mujer que se queda sin hombre se queda sin valía y, entonces, no importa si el precio que debe pagar para conservar al hombre es entregarle a la hija. Es una cuestión cultural que se puede transformar, por supuesto.

A las mujeres de ahora nos toca poner el dedo en la llaga. Lejos de satanizar las cosas, es nuestra obligación ética, social y cultural por la época en que nos tocó vivir de entender estas situaciones y favorecer una mejor educación en nuestros hijos. La mayoría de las mujeres en las sociedades, y sobre todo en una como la nuestra, no educan a las mujeres en un sentido de valor de ser mujer sino en función de roles; esto hace que se pase de generación en generación ese mandato.

Las madres que saben e intuyen, e incluso ven, que sus hombres, sean sus esposos, sus novios, sus parejas, o los hijos varones abusan de las hijas, no saben cómo manejar esto: lo niegan, no lo ven, lo interpretan de otra manera, no escuchan a las hijas porque las mujeres no se escuchan a ellas mismas, no se nos educa para ello, sino para ver qué debemos hacer y cómo debemos de ser para gustarle y conservar un varón. Sin embargo, no se nos educa para ver quiénes somos nosotras, qué queremos y cómo construirnos como seres humanos y al mismo tiempo encontrar una pareja.

En la novela se muestra mucho eso. Está la voz del hombre, está la voz de la madre, está la voz de Magdalena niña y Magdalena adulta y desde una tercera persona literaria está la mirada de Sebastián, que es el esposo de Magdalena, para tratar de dar un poquito un caleidoscopio de las voces que hay ahí, aunque sí la principal es la de Magdalena, no tanto de los acontecimientos que ocurrieron, sino de qué pasa dentro de ella, qué consecuencias tiene eso, cómo ella se queda sin ser, se queda sin capacidad de decisión porque ella no es nadie, otros la poseen en todos los sentidos de la palabra.

Al no ser un libro autobiográfico, ¿cómo logró meterse en los zapatos de Magdalena, el personaje T. y Alegría?

¿Cuál es la diferencia entre ficción y autobiografía? Ninguna. Todo lo que se escribe es autobiográfico porque tiene que pasar por tu alma, por tu experiencia de la vida y por tu manera de ver el mundo.

¿Qué quiero decir con esto? ¿Que ahí está exacta mi autobiografía? No, porque Magdalena es una enfermera y yo no lo soy; porque ahí hubo un connato de aborto y yo no he tenido uno, es decir, es autobiográfica el alma que hay detrás de los acontecimientos, pero es ficción en la medida en que no es una traslación directa de los hechos, sino indirecta a través de la recreación y la reinterpretación.

Yo escribo de lo que sé, de lo que conozco, de lo que late en mis venas, de lo que me cuentan otros y de alguna manera se identifica con cosas que yo he sentido o vivido, con algo que late dentro de mí. Todo eso es autobiográfico.

Ahora, ¿cómo le hice para meterme en los personajes? Lloré como Magdalena, lloré terrible escribiendo, me enojé mucho y me invadieron ataques de deseo frenéticos, de asco. Si no hubiera ocurrido eso, a pesar del oficio que tengo de tantos años, la pasión por la literatura y el contacto viral que tengo con las palabras, no hubiera podido hacer esta alquimia que es convertir todos los silencios que guardan las mujeres a un lirismo poético; porque parece una novela, pero el ímpetu que tiene “Dulce Cuchillo” es de un poema.

¿Alguna víctima de abuso sexual se ha puesto en contacto con usted después de leer “Dulce Cuchillo”?

Mira lo que he tenido es que descubren que han sido abusadas. Por ejemplo, he tenido casos de mujeres que después de leer esto, me comentan: “es que ahora me doy cuenta que era abuso, pero yo no sabía, yo no lo había entendido de esa manera.” Entonces empiezan con un proceso interior bien fuerte; comienzan a reconocerse en esa voz.

En Internet, algunos psicólogos ubican “Dulce Cuchillo” como un material de apoyo en la terapia de quienes han sido abusados sexualmente…

No sabía eso. Pero, eso sí, el libro sí puede ser un disparador para que cosas que tú creías olvidadas. Por ejemplo, tuve el caso de una mujer que descubrió que había sido abusada por un tío cuando era niña y ella no lo había vivido así, había sido acallada en la niñez y lo confrontó con la madre ya siendo adulta a raíz de la lectura del libro. Y la mamá le dijo: “¡Ay, eso pasó hace muchos años!”. No le había dado la importancia, y en la novela se ve toda la relevancia que tiene una experiencia como eso.

“Dulce Cuchillo” fue presentado el pasado 6 de agosto en la librería Gandhi de Mauricio Achar con la presencia del narrador y editor Felipe Garrido, la escritora Orfa Alarcón, Mónica Rodríguez y la autora.