martes, 25 de mayo de 2010

Pensar desde los márgenes: escrituras desde la exclusión





Por Alfonso Vázquez Salazar

De olvidados y excluidos, Ensayos filosóficos sobre marginalidad, Alberto Constante y Leticia Flores Farfán (Coordinadores), Ítaca/ UAEM, México, 2007, 180 pp.

Hay una larga tradición filosófica –venerable y temible como acostumbraba decir Heidegger– que causa admiraciones, temores y reverencias, pero también suspicacias y reclamos. A fin de cuentas, toda tradición –y la filosofía no es ajena a ello– se afianza en una serie de decisiones humanas –demasiado humanas– que van del consenso generacional respecto a la valoración de una obra o de un evento determinado hasta una exclusión deliberada por consideraciones de tipo ideológico, político o económico.
Esto tampoco es nuevo: la filosofía es ese infinito campo de batalla donde la verdad se debate en posiciones teóricas a menudo contradictorias.
De olvidados y excluidos es una publicación cuyo propósito consiste en pensar desde estas coordenadas teóricas a una tradición filosófica, marcada también por sus “centros ausentes” y sus omisiones, que se traducen en estrategias premeditadas o consentidas de olvidos y exclusiones.
Cada uno de los autores que convergen en esta compilación de ensayos, coordinada por Alberto Constante y Leticia Flores, toman como objeto de su análisis y disertación filosóficos a un pensador que, por razones de tipo histórico, circunstancial o de cualquier otra índole, han sido intencionalmente excluidos de la tradición canónica de la filosofía.
Así, en cada uno de los textos que componen este volumen, se pasa revista a las tesis más relevantes de un pensador determinado, así como al contexto en el que el autor llevó a cabo su reflexión filosófica, mencionando, de igual modo, las posibles causas que han llevado a un olvido sistemático u ocasional de su obra.

Sin embargo, cabría preguntar sobre la manera en que se fija un criterio para decidir cuáles son los autores supuestamente excluidos u olvidados de esa tradición venerable y temible que constituye la historia de la filosofía. Resulta poco menos que escandaloso colocar, por ejemplo, a Eyquem de Montaigne –padre del ensayo moderno– en esa vertiente del olvido; habría que preguntar también qué tan presentes u olvidados se encuentran filósofos tan fundamentales como Pascal o Séneca, o Diógenes de Sínope, o considerar la “exclusión” filosófica del pensamiento de Albert Camus.
Con todo, este volumen presenta un valor estimable: un importante caudal de datos e informaciones sobre los personajes y pensadores incluidos, a la par de la profundidad exegética que distingue a cada uno de los ensayos compendiados. Por lo demás, la claridad y soltura que ostentan estos textos son cualidades que posibilitan una comprensión efectiva de las principales tesis de los autores elegidos, así como un acercamiento de primera mano al contexto en el que fueron formuladas.
Desde luego se abordan en esta compilación figuras menos familiares que las mencionadas, pero no por ello menos atractivas –sobre todo por su carácter atípico– para cualquier lector interesado en la filosofía. Tenemos, por ejemplo, el caso de Efialtes, quien aunque no fue un filósofo sino un estratega ateniense del siglo V a. C., como Pericles, parece haber desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de la filosofía; de hecho, la historia del pensamiento en Occidente habría sido distinta si no hubiera sido asesinado en un momento crucial de la historia de Grecia.
Está también Marguerite Porete –la filósofa mística medieval que sorprendió gratamente a Simone Weil– o Angelo Poliziano –representante renacentista de la denominada “filosofía de la palabra”– o Juan Gil Albert –destacado poeta español que decidió interrumpir su exilio y regresar a la España franquista para escribir sobre aquello que lo ataba a la tierra–, o Étiene de la Boétie y Emmanuel Sieyes, efectivamente, importantes filósofos de la política hoy prácticamente olvidados.


De olvidados y excluidos es un libro que merece leerse desde la perplejidad, y desde la atención debida a una tradición filosófica, que aparece ante nosotros como el envés de la hegemónica. Esa zona de la historia del pensamiento se muestra, gracias a este volumen, como el espejo brillante y enterrado por donde se cuelan y reflejan algunos de sus fantasmas.





Publicado originalmente en la Revista Íngrima

lunes, 17 de mayo de 2010

¿Qué es la Justicia? de Hans Kelsen

Todo depende de la perspectiva


Por Valeria Meléndez Peralta *


El hombre justo no es el que no comete ninguna injusticia,

sino el que, pudiendo ser injusto, no quiere serlo.

Menandro





Como lo cita el griego autor del El Misántropo, el concepto de justicia no se remite únicamente al hecho de seguir las reglas morales al pie de la letra. La justicia va más allá, pues implica se crear un acto de conciencia donde a pesar de que esté al alcance de cualquier individuo cometer actos que atenten contra las garantías individuales de los demás decida no hacerlo.

Sin embargo, no se puede establecer una noción de justicia en unas cuantas líneas, tal como lo han demostrado Kant, Aristóteles, Platón y el mismo Hans Kelsen, quienes han intentado conceptualizar a la justicia no sólo para las páginas de los diccionarios, sino para brindar una aportación significativa al sistema social.

En ¿Qué es la justicia? Hans Kelsen explica el término desde muchas perspectivas: a partir del establecimiento del valor supremo que implica una jerarquización de valores; de acuerdo a la metafísica, colocando a Dios como punto medular; desde el racionalismo (o pseudo racionalismo como lo llama); con una visión filosófica (bien absoluto) y partiendo de la dialéctica aristoteliana; en su búsqueda también toca el “imperativo categórico” de Kant y la ética de Aristóteles…


Capítulo I- Cuando la justicia es felicidad


“El anhelo de justicia es el eterno anhelo del hombre de la felicidad”[1], menciona Kelsen. Es evidente que al hablar de justicia, no sólo se está haciendo referencia a un estado de equidad, sino también a una felicidad que, por supuesto, garantice el orden social. Sin embargo, la pregunta en cuestión aquí será ¿Es posible dar a todos felicidad por igual?

Platón menciona que “sólo el justo es feliz y es desdichado el injusto”. Pese a ello, al hacer una reflexión profunda al respecto, entonces seria necesario decir que los familiares de los jóvenes muertos recientemente en Cd. Juárez, al obtener justicia por los asesinatos de sus hijos, serían felices y el daño sería reparado. De igual modo, los culpables del delito, serían castigados justamente, por lo que serían personas justas y felices.

El hecho a rescatar es que no puede existir un orden social justo que garantice la felicidad de todos, ya que generalmente la felicidad de uno modificará la felicidad de otro: al hablar de felicidad también es necesario hablar de subjetividad. Un acto de orden social, no garantiza la felicidad.

El problema no sólo radica en la definición de justicia, sino en saber cuál o cuáles son los valores que integran la definición, tal como lo marca Kelsen: es un problema de valores. La cuestión ahora a resolver, es que si la felicidad no es el camino para definir la justicia, entonces ¿Cuál es?


Capítulo 2- ¿Cuál es el valor supremo de la justicia?


En la justicia se hallan

representadas todas las virtudes.

Teognis de Megara


Según, Teognis de Megara, en la justicia se encuentran inmersas todas las demás virtudes. Sin embargo, ¿cuál de ellas será la que represente más adecuadamente a la justicia?

Como lo explica Kelsen “La vida humana, la vida de cada quien, constituye el valor supremo”[2] hecho que está claramente apoyado por las instituciones religiosas en la actualidad, cuando éstas se proclaman en contra del aborto, según declaraciones recientes del arzobispo de Guadalajara: “…en asuntos meramente políticos no nos metemos, sino en lo relativo a propuestas de carácter moral, porque eso sí nos corresponde; por ejemplo, el aborto, el divorcio y el matrimonio de personas del mismo sexo. No estamos haciendo más que garantizar la vida humana”.[3]

Para otros grupos, la justicia se basa en el interés y en el honor de una nación. Por lo tanto, “cuantos sigan esta teoría están obligados a sacrificar su vida y a matar en caso de guerra a los enemigos de la nación”[4], idea contraria a la del postulado del párrafo anterior.

En otros casos donde la libertad, será el valor esencial, mientras que en otros se postula que la seguridad, es tan sólo un anhelo como en el ejemplo anterior en Cd. Juárez.

Entonces, sino hay acuerdo, y resulta imposible decidirse de manera científico- racional por cualquiera de estos juicios, el valor supremo de la justicia resulta no ser ninguno de los anteriores, sino aquel que, como menciona Kelsen, esté a cargo de nuestra conciencia, de lo emocional, es decir, se trata de un juicio subjetivo dependiendo de la herencia cultural.


Capítulo 3- Una justificación a la conducta humana


Establecido ya que no se puede consensuar respecto a un valor supremo de la justicia, entonces, ¿cómo se pueden explicar a los actos humanos? En un principio, “dado que el hombre, en una u otra medida, es un ser de razón, intenta racionalmente, es decir, por medio de la función de su entendimiento, justificar una conducta”[5]

Sin embargo, el hecho aquí es que los actos humanos, se refieren a hechos sociales, entonces, ¿cómo saber lo justo? Por ejemplo, cuando una mujer decide que le practiquen un aborto, puesto que el embarazo es producto de una violación, sabe de antemano que tratará de privar de su derecho a la vida a un ser, por lo que entra en juego el problema de la moral y la justicia.

En el caso anterior, también habría que tomar en cuenta que la mujer no fue culpable de ninguna forma por el embarazo y, por ende, tiene el derecho a seguir con su vida como ella lo decida, es entonces cuando “la justificación de una conducta humana como medio apropiado para el logro de un fin dado, cualquiera que sea, es un justificar condicional: depende de que el fin propuesto esté justificado o no”[6]. El fin puede justificarse, pero siempre de manera relativa y depende del contexto del contexto de la situación particular, como sucede también en la democracia.

Sin embargo, y pese a ello, el ser humano, no se contenta con una justificación parcial de los hechos; por ello, recurre a aquellos ámbitos que le den el perdón absoluto, como la religión y la metafísica. Dios sería, entonces, el poseedor de la justicia absoluta, de ahí la necesidad de los católicos por ejecutar la confesión y ser perdonados de todos sus pecados.

Por ello, según Kelsen, la existencia de “numerosas teorías sobre la justicia que desde pocas pretéritas hasta hoy en día se han venido formulando, puedan ser reducidas a dos tipos fundamentales: metafísico-religioso uno y el otro racionalista o, mejor dicho, pseudo-racionalista” [7].


Capítulo IV- La idea del bien como justicia


Dentro de las teorías metafísicas referentes a la justicia, se Kelsen retoma la concebida por Platón, en donde la idea de bien conlleva la justicia, elemento expresado a través de todos sus Diálogos.

El problema con Platón, de acuerdo al autor, es que para acercarse a esa definición utiliza el método dialéctico, el cual está encaminado a una concepción totalmente subjetiva de la realidad, y por ende, presenta el mismo problema que las definiciones : “resulta imposible describir con palabras el objeto de esta visión mística, es decir, el bien absoluto”[8].

Además, su concepción se acerca a la establecida por Jesús, donde la justicia está propuesta a través del principio de amor, miso que está lejos del alcance humano: “es el amor que hará que los hombres sean tan perfectos como su Padre en el Cielo, el que hace salir el Sol sobre malos y buenos y deja que la lluvia caiga por igual sobre justos e injustos” o lo que es lo mismo, ese amor de fe ciego que proponen algunas sectas, donde el camino a la felicidad es estar lejos de la libertad, bienes propios y familia.


Capítulo V y VI - La idea Racional de justicia:

¿Dar a cada uno lo que se merece?


Cuando un hombre pide justicia

es que quiere que le den la razón.

Santiago Rusiñol


En la idea racionalista sostiene la noción de justicia bajo la premisa de dar a cada uno lo que se merece; sin embargo, aquí la premisa en cuestión es ¿qué se merece cada uno? Si un niño de la calle, que carece de familiares roba un pan, técnicamente sería justo que reciba alimentos, puesto que no tiene modo ni forma de sustentación, pero aún así, ello no deja de ser delito. El problema aquí es cómo emplear el postulado.

El hecho de dar a cada uno lo que se merece, está fundamentado en el mismo orden social de la colectividad, pues éste nunca es un principio de justicia, ya que cada personaje merece algo diferente, lo que implicaría, además, rechazar la Ley de Tailón “Ojo por ojo diente por diente”, en la que se establece que cada acto ejecutado merece ser pagado con la misma moneda.

En este caso, cada muerte ocasionada por Hitler en la Segunda Guerra Mundial, tendría que ser pagada con la muerte de alguno de sus compatriotas, lo cual por obvias razones, culminaría con una masacre peor que la ya acontecida.

Otra perspectiva racionalista que falla al tratar de concebir la justicia, es el hecho de establecer que todos los hombres son iguales. Si este fuera el caso, entonces se tendría que condenar al pequeño a varios años de prisión, porque se le tiene que juzgar como todos los hombres. Sin embargo, esto no quiere decir, que el postulado sea completamente erróneo. Lo cierto es que las leyes si establecen diferencias, como en el caso de los menores. El truco aquí consiste en hacer que los órganos encargados de ejecutar las leyes no hagan más diferencia de las que ya están establecidas en las mismas.

El último postulado de criterio racionalista, establecido en “La Regla de Oro” dice No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti. Ahora bien, confrontando esta idea con la cita del principio del capitulo: “lo que cada uno no quiere que los demás le hagan es lo que le provoca dolor; y lo que cada uno ansía que los demás le hagan es lo que causa placer”[9], se eliminaría la capacidad de castigar el delito.

Pese a ello, esta regla puede optar con un carácter completamente objetivo, donde ahora se diga “condúcete con los demás como éstos debieran conducirse contigo”. Sin embargo, este supuesto sigue dejando una vez más una pregunta al aire ¿cómo hay que conducirnos?”.

La respuesta sería:actúa conforme a las normas generales del orden social”[10] o lo que es lo mismo, expuesto por Kant en el imperativo categórico “Obra de acuerdo con aquella máxima que tú desearías se convirtiera en ley general”[11]. Ahora hay que preguntarse ¿cuáles serían normas? para lo cual una vez más, no hay respuesta.

Todas estas fórmulas de tipo racional dan siempre una cabida a una pregunta. Esta incertidumbre constituye lo que ahora se denomina Derecho Positivo.


Capítulo VII-La Justicia de Aristóteles


El filosofo griego, ahora hace su aparte al vacío precepto de justicia, donde ésta es la cúspide de todas las virtudes basándose en la igualdad: “la virtud es el punto medio entre dos extremos, es decir, entre dos vicios: el vicio de exceso y el vicio de defecto”. Y será la autoridad quien determine la definición de estos dos extremos, teniendo así que lo bueno será aquello que ayuda a prevalecer el orden ya preexistente.

La justicia es lo contrario de la injusticia, que es aquello injusto para el orden moral positivo y el derecho positivo.


Capítulo VIII- La justicia viene de la naturaleza


Aquí, la justicia aparece como “una autoridad normativa, como una especie de legislador. Su análisis nos llevará a encontrar en ella normas inmanentes que prescriban la conducta recta” Teniendo en cuenta que la naturaleza proviene de una razón divina, por lo que esta definición, al igual que algunas anteriores, caerá en el ámbito del discurso metafísico, el cual, por supuesto, entra en contradicción con la de tipo racionalista.

Asimismo, este postulado encuentra su refuerzo en tradiciones de gobierno como la monárquica, donde se asciende al poder por derecho natural. También, no resulta difícil concebir que esta visión condene a todo lo “antinatural” como la misma homosexualidad. Lo que hace de esta concepción algo errado para particularidades sociales.


Capítulo IX- ¿Qué es la justicia?


Pese al grande bagaje histórico del concepto de justicia, aún no se llega a una definición clara que pueda sustentar todas las visiones del ser humano. Porque si algo ha dejado debatir con cada uno de los paradigmas dentro de éste ámbito es que: Todo depende de la perspectiva con que se mire. Vale la pena hacer referencia al campo de estudio donde se sitúa esta investigación: las Ciencias Sociales.

Hace falta recordar que no hay verdades absolutas y así como nuestro conocimiento responde a campos distintos como el sentido común, el científico, jurídico, o bien, el político. También las definiciones de justicia corresponden al ámbito donde fueron desarrolladas, por lo que ninguna de ellas está equivocada.

Establecido lo anterior, se llega a la conclusión de que es imposible definir la justicia absoluta: pero tal como lo menciona Kelsen, si es posible llegar a una justicia relativa, que para el autor es “aquello bajo cuya protección puede florecer la ciencia y, junto con la ciencia, la verdad y la sinceridad. Es la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia”[12].

O bien, se pede definir a la justicia como lo citó Alexander Solzhenitsyn “es conciencia, no una conciencia personal, sino la conciencia de toda la humanidad” .



*Estudiante de Comunicación Política del Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM.


Bibliografía:


· Hans Kelsen. ¿Qué es la justicia? España, Ariel, 2007.

· Carlolina Gómez Mena. Mala leche en la reforma al artículo 40 constitucional: ministros de culto. En La Jornada. México, 13 de febrero del 2010.

· Castellanos Uribe, Eduardo. Las nociones de la justicia. México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 2004.

· Madrigal Soto, Diego. La justicia electoral de México. México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1998.



[1] Hans Kelsen. ¿Qué es la justicia? España, Ariel, 2007. p. 16

[2] Hans Kelsen. Op. Cit. p. 20

[3] Carlolina Gómez Mena. Mala leche en la reforma al artículo 40 constitucional: ministros de culto. En La Jornada. México, 13 de febrero del 2010.

[4] Ibidem. p. 25

[5] Ibidem. p. 35

[6] Ibidem. p. 41

[7] Ibidem. .p. 46

[8] Ibidem. 58

[9] Ibidem. p. 59

[10] Ibidem 62

[11] Ibidem p. 75

[12] Ididem. p. 82


lunes, 10 de mayo de 2010

"La sucesión presidencial en 1910" de Francisco Madero


La Sucesión Presidencial en 1910 de Francisco Madero, Coahuila, 1908.




Por Valentín Perea Acevedo



En diciembre de 1908 se publicó en Coahuila “La Sucesión Presidencial en 1910” con el cual Francisco I Madero, hombre de empresa y negocios privados, se encarga de bosquejar la situación por la que cruzó el México de aquella época, describiendo la forma de gobierno, la corrupción, el estado de la dictadura del general Porfirio Díaz; así como los caminos en que México, con el Partido Antirreleccionista a la cabeza, se habría de enfrentar en la defensa de la incipiente democracia. Esta obra representa el esfuerzo de un hombre por comunicar a sus congéneres la manera en como solucionar, paliar, una situación de grave corrupción política. Madero señala dentro de los móviles que lo guiaron para escribir el libro:

“Como la inmensa mayoría de nuestros compatriotas que no han pasado de los 50 años (¡dos generaciones!) vivía tranquilamente dedicado a mis negocios particulares, ocupado en las mil futilezas que hacen el fondo de nuestra vida social, estéril en lo absoluto! Los negocios públicos poco me interesaban, y menos aún me ocupaba de ellos, pues me había acostumbrado a ver a mi derredor que todos aceptaban la situación actual con estoica resignación, seguía la corriente general y me encerraba, como todos, en mi egoísmo. (…) Por otro lado, consciente de mi poca significación política y social, comprendía que no sería yo el que pudiera iniciar un movimiento salvador, y esperaba tranquilamente el curso natural de los acontecimientos, confiando en lo que todos afirmaban: que al desaparecer de la escena política el señor General Porfirio Díaz, vendría una reacción a favor de los principios democráticos; o bien, que alguno de nuestros pro-hombres iniciara alguna campaña democrática, para afiliarme en sus banderas. (…) Ese indiferentismo criminal, hijo de la época, vino a recibir un rudo choque con los acontecimientos de Monterrey el 2 de abril de 1903 (donde oposicionistas al régimen fueron reprimidos despiadadamente) (…) Entonces, comprendimos que era deber de todo ciudadano preocuparse por la cosa pública, y que el temor o el miedo que nos detenía, era quizá infundado; pero seguramente humillante y vergonzoso. Por estas razones, nos formamos el propósito de aprovechar la primera oportunidad que se presentara, para unir esfuerzos a los de nuestros conciudadanos, a fin de principiar la lucha por la reconquista de nuestras libertades”.

De este modo, Madero nos llama 100 años después a recorrer con él el camino de la Revolución que terminó con la dictadura de Porfirio Díaz e instauró el México del siglo XX.


La Sucesión Presidencial en 1910

Don Francisco Ignacio Madero, distinguido precursor de la Revolución Mexicana de 1910, inició la lucha difundiendo sus ideas en un histórico libro que escribió en 1908, denominado “La Sucesión presidencial en 1910”. En él analiza y reflexiona acerca de los principales problemas que ahogan a la sociedad mexicana, después de más de treinta años de gobierno dictatorial por parte del general Porfirio Díaz Mori.

También reconoce que la familia Madero, acaudalada como él mismo Francisco, no tiene resentimiento alguno contra el gobierno federal, estatal y demás autoridades locales, por el contrario, afirma que sus negocios y diversos asuntos marchan sin interferencias.

Elogia al general Díaz, los hechos de guerra en que participó y que lo llenaron de honor y gloria durante la invasión francesa, pero destaca con agudeza, y a veces con ironía, los grandes errores que ha cometido en la conducción del gobierno de la República.

Aclara que existen otros generales como Escobedo y Corona que obtuvieron victorias más brillantes y espectaculares que el general Díaz y son embargo, no fueron dimensionados como se lo merecían.

En Querétaro, el general Escobedo dio el triunfo a los liberales sobre los franceses y conservadores, hecho que permitió la captura de Maximiliano de Habsburgo y sus principales colaboradores, quienes fueron juzgados conforme a las leyes vigentes y después pasados por las armas en el Cerro de las Campanas. Con esto terminó el sueño de Napoleón III, quien pretendió extender sus dominios hasta el continente americano.

Madero nos narra como Benito Juárez Maza, Presidente de la República, regresó triunfante ala capital del país, y todo aparentaba que por fin llegaría la anhelada paz, tras cruentos años de guerra; mas no fue así. Expulsados lo invasores del territorio, el presidente Juárez tomó la decisión de licenciar a gran parte del ejército por no ser ya necesario y carecer de recursos para mantenerlo. De la noche a la mañana, miles de hombres abandonaron los cuarteles y fueron expulsados a la calle sin ocupación alguna, ya que lo único que dominaban eran las armas. Esto se convirtió en un verdadero peligro y sólo se esperaba que un jefe de prestigio los convocara para hacer lo que sabían. Entre los generales licenciados estaba Porfirio Díaz. Todos los que habían participado en la guerra y eran ameritados, comprendieron que la Patria nunca más les recompensaría sus denodados esfuerzos y empezaron a conspirar.

Francisco Madero escribe en su libro que Juárez se postula y reelige para un segundo periodo presidencial, pretexto que esgrime el general Díaz para insurreccionarse en 1871, con su Plan de la Noria. Es atacado y vencido, pero en 1872 el Presidente Juárez muere de un ataque al corazón y es sustituido por el ilustre juriconsulto Sebastián Lerdo de Tejada.

Díaz astutamente espera la segunda oportunidad para alcanzar sus propósitos. En marzo de 1876 lanza el Plan de Tuxtepec y aunque afirma que no es su deseo alcanzar la presidencia de la República, se enfrenta a las fuerzas gubernamentales en Tecoac, las vence y de ahí marcha a la ciudad de México en donde, al llegar, es proclamado por sus seguidores como presidente de facto por cuatro años. Al término de su gestión no puede reelegirse porque lo prohíbe la constitución de 1857, entonces maniobra para que sea electo el general Manuel González, su amigo leal, después de esta interrupción de cuatro años se reelige por cinco periodos consecutivos.

Francisco I. Madero llama a este fenómeno “militarismo” y con ejemplos demuestra que le ha hecho mucho daño al país. Afirma que para mala fortuna de México este fenómeno se manifestó desde que se consumó la independencia. Todos aquellos héroes que contribuyeron a lograrla se sintieron con derecho a ser presidentes y para ello prepararon y ejecutaron asonadas. En la lista que menciona destacan: Iturbide, Bravo, Guerrero, Juan N. Álvarez, Anastasio Bustamante, Santa Anna, Comonfort, Zuloaga y Porfirio Díaz. A este último, le tocó poner fin al militarismo, aplicando la política de incorporar a liberales y conservadores a su equipo de trabajo, así como lograr una reconciliación con el clero. Los que no se dejaran cooptar recibirían “pan o palos” o con cualquier pretexto “La Ley Fuga”.

Bajo este esquema logró que los diputados, senadores y casi todos los gobernadores fueran sus incondicionales, sólo entonces reformó la constitución vigente en el sentido de que habría una sola reelección para presidente de la República; a la vez, los gobernadores quedaron facultados para reformar las constituciones locales con el mismo fin. El pacto estaba hecho, el presidente respaldaría a los gobernadores para que se reeligieran indefinidamente y estos a cambio, lo sostendrían, sin condiciones en la silla presidencial. El único elemento antirreleccionista que se daba era que alguno de ellos muriera. Los gobernadores siguiendo el ejemplo del presidente nombraban a los jefes políticos y presidentes municipales que se fueron perpetuando en el poder, formando verdaderos cacicazgos.

A continuación Madero diserta en su libro sobre el poder absoluto, dando un periplo desde la antigüedad, en Egipto, Asia, la Europa antigua hasta llegar a los tiempos modernos, donde el poder absoluto se confronta con la democracia. En el capítulo IV titulado “El Poder absoluto en México”, se describe las pruebas de que existe el poder absoluto en México, narrando la guerra de Tomóchic, contra los Yaquis, y los indios mayas; asimismo, se habla de las huelgas de Puebla, Orizaba y Cananea. Y se enumeran los fracasos de la dictadura del general Porfirio Díaz en los rubros de Instrucción Pública, Relaciones Exteriores, Progreso Material, Agricultura, Minería e Industria y Hacienda Pública.

A continuación, el autor se pregunta: “ A dónde nos lleva el general Díaz”, y para ello analiza la declaración al periodista estadounidense Creelman, la cual considera engañosa si se parte de ella para saber el camino que el dictador pretende realizar; sin embargo asegura que el “general Díaz desea seguir en la presidencia reeligiéndose una vez más, y dice también que no piensa cambiar de política ni quiere permitir ninguna libertad a la nación, siquiera para que ésta designe al que ha de sucederle”. ¿Quién podrá escoger Díaz como su vicepresidente y quizá sucesor? Es una pregunta que todo el mundo se hace. Esta división ha dado por resultado la formación de dos partidos políticos, el Científico, representado por Ramón Corral y el Reyista, que encabeza el general Bernardo Reyes. Madero expresa: “ Con toda sinceridad hemos expresado nuestra opinión sobre el General Reyes, así como sobre el señor Corral; y ella nos obliga a decir lo siguiente: si creemos que estos dos personajes serán funestos en la presidencia de la República, se debe principalmente a que continuarían el régimen de poder absoluto, cuya prolongación sería mortal para nuestras instituciones y peligrosa para nuestra independencia”.

En seguida, el autor se pregunta si México está apto para abandonar el sistema de poder absoluto y transitar por la vía de la democracia. Dos factores se analizan para saber si México está apto para la democracia. Por un lado, se señala que el pueblo mexicano es analfabeta en un 84%. Madero señala que esto no debe sobredimensionarse, pues generalmente los pueblos democráticos son dirigidos por jefes de partido, que se reducen a un pequeño número de intelectuales. Por ello “en México pasará lo mismo y no será la masa analfabeta la que dirija al país, sino el elemento intelectual”. El segundo factor a analizar es el militarismo mexicano, que no reconoce más ley que la de la fuerza bruta y que será el escollo principal para hacer uso de los derechos electorales.

Para resolver este problema, el autor recomienda luchar con constancia para que se logre el primer cambio de funcionarios por medios democráticos. Y esto se logrará si la nación se organiza en partidos políticos y logra que los candidatos electos por el pueblo lleguen al poder, y esta decisión es acatada por el general Díaz.

Así surge el Partido Antirreleccionista en el cual predomina la idea siguiente: “Trabajar dentro de los límites de la Constitución, porque el pueblo concurra a los comicios, nombre libremente a sus mandatarios y a sus representantes en las Cámaras”. Tal partido se regirá por dos principios: Libertad de Sufragio y No Reelección. Para crear este partido deberán formarse clubs en todas partes del país, los cuales con el tiempo deberán dar cabida a un Club Central Director.



100 años después de la “Sucesión Presidencial en 1910”

Releer la historia de México, desde este siglo XXI, donde la alternancia en el poder terminó con la hegemonía del PRI y ha dado a otras fuerzas políticas la oportunidad de regir los destinos del país ha cambiado la manera de pensar el pasado. La historia contada desde el PRI siempre exaltó a la Revolución Mexicana, porque de este movimiento emanaba su esencia. De este modo, el Partido Revolucionario Institucional -al modo de Tlacaélel que reescribió la historia de los aztecas- justificaba su existencia narrando desde el poder, el modo en que debía interpretarse correctamente la historia, la manera en como debía conocerse a los héroes, lo cual devino en biografías oficiales de Carranza, Obregón, Calles, Villa, Zapata y demás figuras que conformaron el panteón priísta. Es por ello que esfuerzos de varios historiadores fueron vetados por décadas como ocurrió con el libro “La Revolución Mexicana” del historiador Jean Meyer, que desmitificaba a los héroes nacionales, y contaba una versión realista de la Revolución.

Sin embargo, 100 años después, la Revolución Mexicana, está cubierta de oropeles descarapelados y nuevos héroes. De este modo, la nueva historia de la Revolución reconoce que la pobreza, la explotación de las haciendas, el peonaje esclavizante y el ínfimo nivel de vida de la población mexicana de 1910, aunado a la dictadura de Díaz detonaron el movimiento social. No obstante, hoy se establece el juego de los intereses geopolíticos en la conformación del México del siglo XX, el entramado de intereses comerciales, la ingerencia de otros países sobre la vida política mexicana. Y es que se nos enseñó, que el pueblo cansado de la explotación española se levantó en masa y así logró la independencia. Asimismo, se dijo que el pueblo cansado de la dictadura y mano férrea de Díaz, se insurreccionó, pero que antes Madero intentó una transición pacífica, lo cual no pudo lograrse por las ambiciones del general Victoriano Huerta. Entonces los caudillos, verdaderos representantes del clamor popular se levantaron contra los explotadores. Nada más falso y en el caso de revolución, más mendaz. Lo cierto es que la Revolución Mexicana como cualquier fenómeno social, fue resultado de un entresijo de intereses, donde los actores se contradijeron muchas veces, donde otras tantas se aliaron con sus enemigos y en otras fusilaron a sus antiguos aliados. De este modo, vemos que quienes alguna vez levantaron en brazos a Emiliano Zapata, fueron los mismos que lo asesinaron en Chinameca, y todos, asesinos y asesinados, pasaron a la historia como héroes, así indiferenciados.

100 años después, México se enfrenta a unas fiestas de centenario y bicentenario donde la mayoría de los actores, no son capaces de mirar la historia en su totalidad. Porque mal papel damos al pasado, cuando mediante el cohetón y la flor de ornato, anunciamos su recuerdo, mientras el presente se carcome por la falta de conocimiento histórico. Por ello, quienes toman las grandes decisiones políticas y sociales de nuestro país se dejan influir más por las nuevas teorías extranjeras, por los análisis mercadológicos y de impacto de imagen, que por la pulpa viviente de la historia nacional, que vive en cada uno de nosotros y que respira en cada municipio de este variopinto mosaico llamado México. Es que 100 años después las quejas de Francisco Madero siguen siendo válidas, y esto ocurre así, porque la realidad de México no ha cambiado de fondo, porque cambiamos la dictadura del Caudillo, por la dictadura del Partido, porque quien llega al poder desea perpetuarse en él, por todos los medios posibles. Porque 100 años después, sigue habiendo un gran atraso educativo, una falta de tecnología propia; porque los recursos del país se encuentran en manos ávidas; porque 100 años después las clases poderosas siguen dictando los derroteros del país, desde los medios electrónicos, único rasero realmente democrático. Madero vivía tranquilo, en la paz de sus negocios privados, creyendo ser demasiado pequeño para lograr cambiar algo en la nación. Pero un día se decidió y todo vino a cambiar. Junto a él se decidieron muchos hombres que esperaban el llamado de otro más valiente. Otros más esperaban el pretexto para extender sus comercios, minas y sembradíos. Y se unieron al movimiento todos, porque la “bola” prometía. El resto en taburetes extranjeros sonreía ante tan afortunada suerte. Y el pueblo, esa idealización majestuosa, esperanzado creía en un gobierno mejor, en democracia y justicia. 100 años después aún el pueblo espera se cumpla la palabra de Francisco I. Madero.

valentinperea1@hotmail.com

domingo, 9 de mayo de 2010

LAS CALLES DE MÉXICO, POR LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN, obra publicada en 1923.







Con prólogo y elogios de don Carlos González Peña, don Rafael López y de Don Artemio de Valle-Arizpe, así como ilustraciones de Barda Sano y Molina, tengo entre mis manos este libro "Las calles de México" de Luis González Obregón, Ediciones Botas, 1944. (Imprenta Manuel León Sánchez).










Este libro, publicado por vez primera en 1922, contiene crónicas sobre las diversas calles del centro histórico de la ciudad de México, tal y como el autor las conoció y recorrió a principios del siglo XX.

Cronista incansable, González Obregón nos cuenta los relatos míticos, históricos o de sapiencia popular, que dieron nombre, santo y seña a las calles del centro de México.

En este obra podremos encontrar, en el libro I:
  1. Lo sucedido en la calle del Arzobispado, hoy de la Moneda.
  2. La calle del Puente de Alvarado (Donde narra la célebre historia de la Noche Triste, de Hernán Cortés).
  3. La llorona. (Donde recorre esta leyenda en la ciudad de México desde la Cihuacóatl indígena, hasta la Malinche española).
  4. La leyenda de la Virgen del Perdón que existe en la catedral de México.
  5. La leyenda de “el aparecido” de la plaza mayor. (Cuentan que en la mañana del 25 de octubre de 1593 apareció en la plaza mayor de México un soldado con uniforme filipino, el cual contó que estando en un garitón de Manila, en un instante se vio transportado al centro de México, sin saber como llegó a tal lugar).
  6. La historia de la Casa de los Azulejos.
  7. La calle de Don Juan Manuel. (Donde Don Juan Manuel recurre a un pacto diabólico para salvar su honra de marido).
  8. La Casa del judío, sucedido en la calle del cacahuatal. (Se narra la historia de D. Tomás Treviño y Sobremonte, judío que fue condenado a la hoguera).
  9. La leyenda de la Mulata de Córdoba, sucedido en la calle de la Perpetua. (Una mujer no envejecía a pesar de los años, acusada de hechicería fue condenada por el Santo Oficio y escapó de la cárcel en un navío que pintó con un carbón en una pared).
  10. La leyenda de la hermana de los Ávilas. Sucedido en la calle de la concepción. (Ahora la primera de Belisario Domínguez).
  11. La monja Alférez. Sucedido de la calle espalda de San Diego.
  12. El santo Ecce Homo del portal. Tradición del portal de los agustinos.
  13. Lo que aconteció a una monja con un clérigo difunto. Leyenda de la calle de Jesús María.
  14. La calle de la mujer herrada. Sucedido de la calle de la puerta falsa de Santo Domingo (ahora del Perú).
  15. La calle de Chavarría (2da del maestro Justo Sierra).
  16. El crimen de la profesa (sucedido de la calle de san José el Real).
  17. La calle de las canoas.
  18. Los Polvos del Virrey. Sucedido del portal de Mercaderes y esquina de Plateros.
  19. La calle de Olmedo (Ahora sexta de Correo Mayor).
  20. La cruz de los ajusticiados. Sucedido de la calle de Jesús Nazareno (ahora cuarta de la República del Salvador).
  21. Historia de la Plaza del Volador.
  22. El barbero de su excelencia. Tradición del Palacio Nacional.
  23. El cetro de Netzahualcoyotl. Sucedido en la calle de la cerca de Santo Domingo, ahora tercera de Belisario Domínguez. (Esta escena fue narrada al autor por D. Ignacio Manuel Altamirano).
  24. Leyenda y origen del nombre de las calles del Reloj (Ahora de la República de Argentina).

El libro cuenta con un Apéndice, donde se señalan los nombres antiguos de las calles de México por orden alfabético.

El Libro II de las Calles de México está subtitulado “Vida y costumbres de otros tiempos” y cuenta con un prólogo de Luis G. Urbina y comprende los capítulos siguientes:

  1. La ciudad colonal (1521-1821).
  2. La leyenda de los dos quemados.
  3. La calle de Juan Jaramillo.
  4. Las fiestas reales en la Plaza Mayor.
  5. Los puentes de las calles.
  6. La vida colonial en las calles y en las plazas.
  7. El toque de las campanas.
  8. Las calles del indio triste.
  9. El descendimiento y entierro de Cristo en 1582.
  10. La calle de Santa Catalina de Sena.
  11. La indumentaria colonial.
  12. Como ahorcaron a un difunto.
  13. La calle del Colegio de Cristo.
  14. Lo que costó a México el nacimiento de un infante. (Que narra los gastos que cubrió en fiestas y regalos la ciudad de México ante el nacimiento de un infante de la reina Ana de Austria, en marzo de 1658).
  15. Incendios memorables.
  16. Los ahorcados de Romita.
  17. El viernes de Dolores.
  18. La plazuela y calle del puente de Villamil.
  19. La calle y casa donde nació Fidel. (Donde habla de la casa de D. Guillermo Prieto).
El final del segundo libro, cuenta con otro Apéndice, con los nombres antiguos y modernos de las calles. Y en esta edición que tengo en las manos, se puede encontrar una “Loa Sacramental. En metaphora de las calles de México. Representada en las fiestas que celebro, en honra del Santíssimo Sacramento. Por Pedro Marmolejo. Año de 1365. Con licencia. En México, por Francisco Salbago, en calle de San Francisco. Aprobada por el Padre Luys de Molina, de la Compañía de Jesús, Qualificador del S. Oficio de la Inquisición”.




Sobre el autor

González Peña escribe en la introducción sobre Luis González Obregón: "Mucho debe nuestra patria a este solitario, sonriente y bondadoso maestro que, desde los años juveniles, ha agostado sus energías en archivos y bibliotecas, hurgando apolillados y amarillentos papeles; o bien en añosas calles y polvorientas plazas de barrio, investigando, por propia contemplación, las huellas del pasado”.

Luis González Obregón Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria de la ciudad de México donde conoció a Ignacio Manuel Altamirano, quien le inició en el estudio de la historia. Fundó en 1885 el Liceo Mexicano Científico y Literario. Su obra se caracteriza por reconstruir la vida virreinal en México, reunir los antecedentes más remotos del movimiento independentista y la divulgación y crónica de la historia de la ciudad de México.

Publicó algunos artículos en semanarios y periódicos, como El Nacional, en los cuales narraba hechos anecdóticos de la ciudad de México, mismos que fueron reunidos en el año de 1891 en su libro México Viejo y consolidó su fama con Las Calles de México, publicada en 1922.

La calle llamada de la Encarnación en donde tenía su casa, fue rebautizada con el nombre de Luis González Obregón en 1923, siendo, hasta ese momento, el único mexicano que por sus méritos logró ser objeto de un homenaje en vida. Su obra comprende, entre otros, los siguientes:

Don José Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano (1888), Breve noticia de los novelistas mexicanos en el siglo XIX (1889), El capitán Bernal Díaz del Castillo, biografía (1907), conquistador y cronista de Nueva España, Don José Fernando Ramírez, datos biográficos, reseña histórica de las obras del desagüe del valle de México, Los Precursores de la Independencia en el Siglo XIX, Don Justo Sierra, historiador (1907), Don Guillén de Lampart, La Inquisición y la Independencia en el Siglo XVII, Fray Melchor de Talamantes, Biografía y escritores póstumos, La Biblioteca Nacional de México, La Vida en México en 1810 (1911), Cuauhtémoc, Croniquillas de la Nueva España, Cronistas e historiadores (1936) y Novelistas mexicanos.





Algunas leyendas de "Las calles de México"



LA LEYENDA DEL APARECIDO



El cronista Luis González Obregón, escribe que "Refrene su espanto el lector, pues no se tratará aqui de una alma del otro mundo, sino de un misterioso personaje que apareció una mañana en la plaza principal de México, allá en el siglo XVI. (...) Cuentan que en la mañana del 25 de octubre de 1593, apareció en la plaza mayor de México un soldado con el uniforme de los que residían en las islas Filipinas, preguntando a quien pasaba, ¿quién vive? (...)Agregan que la noche anterior se hallaba tal centinela en un garitón de la muralla que defendía a la ciudad de Manila, y que sin darse cuenta de ello y en menos que canta un gallo, se encontró transportado a la capital de la Nueva España, donde el caso pareció tan excepcional y estupendo, que el Santo Tribunal de la Inquisición tomó cartas en el asunto". (Luis González Obregón, Las Calles de México, México, 1944. Editorial Botas. p. 30).







El PUENTE DE ALVARADO






"El origen del nombre de la calle de Puente de Alvarado, data de los primeros años de la Conquista. (...) La Historia abunda en muchos sucesos fabulosos; pero principalmente la historia de la Conquista de México está llena de cuentos y consejas. Falso es, entre otras cosas, que Cortés quemara sus naves, falso también que llorara bajo el famoso ahuehuete de Popotla, y falsísimo que Motecuhzoma sucumbiera víctima de una pedrada. Cortés barrenó las naves, no tuvo tiempo de derramar lágrimas en su fuga por la ciudad y antes de abandonarla ordenó la muerte de Motecuhzoma. Dice la leyenda que en la célebre retirada de los españoles, Pedro de Alvarado, al llegar a la tercera cortadura de la calzada de Tlacopan, "clavó su lanza en los objetos que asomaban sobre las aguas, se echó hacia adelante con todo el impulso posible, y de un salto salvó el pozo". Hecho tan inexacto como admirable, impuso el nombre a una de nuestras principales avenidas que todavía se llama del Puente de Alvarado". Luis González Obregón, "Las calles de México", México. Editorial Botas. 1944. p. 10




LA LEYENDA DE LA MULATA DE CÓRDOBA





Luis González Obregón narra la leyenda virreinal de la Mulata de Córdoba, la cual a pesar de los años no envejecía, por lo cual cobró fama de hechicera; le hacían poseedora de amplios poderes, como "el don de la ubicuidad". Procesada por el Santo Oficio, se dice, escapó de la cárcel donde era recluida al dibujar con un trozo de carbón un barco de velas y escapar en él. Gonzalez Obregón termina su leyenda con un poema de la época: "Cuenta la tradición, que algunos añosDespués de estos sucesos, hubo un hombre,En la casa de los locos detenido,Y que hablaba de un barco que una nocheBajo el suelo de México cruzabaLlevando una mujer de altivo porte.Era el inquisidor; de la MulataNada volvió a saber; mas se suponeQue en el poder del demonio está gimiendo.¡Déjenla entre las llamas los lectores" Luis González Obregón, "Las calles de México", Ed. Botas, México, 1944. p.68.